Revista Informar
Érase una vez... La chica de la roca
Pañol De Proa
08 DE MARZO DE 2018

Constanza Vidal, ganadora del Premio de Salvamento Marítimo al mejor relato de un rescate en el mar, no olvida que un 5 de agosto volvió a nacer
Maite Cabrerizo
Lucía Pérez (fotografía)
Constanza ha cambiado la foto de su perfil de WhatsApp. Ahora aparece ella intentando alcanzar un Helimer. Se la ve feliz y un crítico diría que por sus gesto, por la manera de mirar, por la sonrisa que regala a la cámara, lo es. Una joven feliz y agradecida. Una joven que se agarra a la vida para no soltarla nunca más. “Nunca más”.
El día de autos, el que da título al cuento ganador en la categoría de Premio al mejor relato de un rescate en el mar, Un día 5 de agosto de 2016 cualquiera, es el día en que Constanza Vidal Forteza volvió a nacer. Su pesadilla duró casi tres horas. Algunos dirán que tres horas en la vida de una persona de 33 años no es mucho. 3 horas de las más de 289.000 horas vividas no parece mucho. Pero para esta joven mallorquina de espíritu libre lo es todo. Ella nos regaló Un día 5 de agosto de 2016 cualquiera; nosotros le regalamos La chica de la roca.
Estudiante de Biológicas, Constanza es un alma inquieta y amante del mar, el mismo que le quiso arrebatar la vida. Algunos dirán que es un verso libre. Pero sobre todo, un verso agradecido. Y Salvamento Marítimo forma parte de este verso, el Centro de Palma de Mallorca, los controladores de Mallorca, el Helimer de Mallorca y el Jefe de Mallorca, Miguel Chicón. Todos forman parte de esas 3 horas, todos son protagonistas de La Chica de la roca.
Por ese entonces, Constanza trabaja para una empresa de actividades recreativas. Un poco de buceo, navegar con los turistas. Ese día 5 la mar no acompañaba y después de un pequeño susto se suspendió la actividad. Constanza aprovechó para enseñar a su amigo Javi los lugares mágicos de la isla.
Un poco de turismo
El punto elegido fue cala Olla, muy cerca del pueblo de Cala Ratjada, en la esquina más al Noroeste de la isla. “El mar, si ya estaba bravo a 50km más al sur de donde veníamos ahí era espectacular”, recuerda Constanza. Al final del recorrido alcanzaron el borde del acantilado, “donde lo siguiente era alucinar con el vasto mar, el viento soplando y observar las hipnóticas ondulaciones de las olas que avanzan aparentemente lentas hasta que llegan a la costa y rompen haciendo estallar el agua por los aires, mostrando así toda su fuerza”.
De película, sí, pero demasiado real incluso para quien conoce la mar. Constanza se colocó en la roca y “el último recuerdo que tengo antes de tomar consciencia de dónde estaba es el de rascar con las uñas las rocas mientras algo me succionaba hacia abajo y perdía altura, la ola me había alcanzado y me llevaba hacia su interior”. Fue el inicio de un viaje al horror que Constanza recuerda segundo a segundo. Un relato que eriza la piel, que te exprime el alma, que te hace llorar. Que sepamos el final, ese rescate del Helimer, ese rescatador llamado Carlos abrazando a la joven de la roca no quita emoción. Al revés, te hace devorar cada palabra, ansiar cada línea.
La bióloga detiene su relato para toma aire. Lo necesita. Hace unos meses las lágrimas le hubieran impedido seguir. Hoy lo cuenta como parte de esa terapia que le ha devuelto a la realidad. Sin embargo, ese mar pesa mucho.
“¿Cómo me puede pasar eso a mí?”, pensaba mientras se dejaba llevar por el agua y veía la desesperación e impotencia de su amigo Javier. Hay que decir que pese a las olas, pese al mar bravo, pese a esa oscuridad que apagaba el día, Constanza fue capaz de sacar provecho de tantas y tantas horas de clase. De tanta teoría que tocaba poner en práctica. Y lo intentó porque esa lucha contra la mar tuvo varias fases en las que inteligencia y emociones se daban el relevo. “Recuerdo sentir mucho miedo, aunque, como si no fuera yo la que pensara, mi cuerpo en modo supervivencia lo hacía por mí y no permitía que éste se apoderase de mí. Me sentí concentrada y analizando todo lo que estaba pasando a mi alrededor. Tu cabeza se pone firme y trata de buscar las soluciones para salir. Mi cabeza encontró el plan: nadar con calma hasta la entrada de la bahía, identificar las boyas, tener donde sujetarme y, una vez ahí, buscar cómo subir por las paredes de la bahía rocosa, imaginándome alguna zona de remanso”.
Pero la realidad era otra y los planes que Constanza hacía se los llevaba las olas. Semidesnuda, sólo su ordenador de buceo en la muñeca, el miedo empezó a apoderarse de ella. Los planes no salían y las olas golpeaban y dañaban su cuerpo cada vez más débil. “Las olas te vienen de todas partes. No puedes dejar de observarlas nadando con más o menos intensidad ya que te chocan de frente y no puedes respirar durante los instantes que estás bajo el agua”.
¡No quiero morir!
La joven mallorquina habla en primera persona. Porque aunque han pasado casi dos años, el golpe de las olas, el pánico, el ruido del mar es real, sigue ahí. “Notaba ya no el cansancio, sino el dolor muscular, un dolor que a cada movimiento se hacía cada vez más intenso, agudo, me quemaba cada músculo. Ya no controlaba mi natación, el agua me rodeada, la espuma te atrapa y te hunde. Vuelves a emerger y tratar de respirar, mantienes la respiración, vuelves a emerger y tragas agua con la siguiente respiración. Luchas y luchas por no hundirte tratando de sacar la cabeza fuera del agua”.
Todo a su alrededor es agua espumosa. Todos sus pensamientos se centran en “no quiero morir! ¡No quiero morir!”. Pero la muerte estaba cerca, muy cerca. Tan cerca que le dolía, tan cerca que sufría pensando en los suyos, en quién daría la noticia a sus padres, en sus hermanos, en esos amigos que la llamarían para quedar algún día sin saber que un 5 de agosto fallecía sola. Pensaba y sus lágrimas se mezclaban con la mar que la trataba como un juguete roto. Sin fuerza. Agradecía no haberse quitado ese ordenador de mano que permitiría a sus padres reconocer el cadáver de su hija. ¡Sus padres! Ese matrimonio con 3 hijos y un negocio textil. Siempre dieron alas a Constanza, porque sabían que era distinta, que necesitaba adrenalina, que necesitaba encontrar su propio camino. Por eso Constanza viajó. “De qué me habían servido tantos estudios. Grecia, Holanda, Inglaterra, ¿de qué?, se preguntaba.
Y fue entonces, cuando su cuerpo ya no se movía, cuando vio dos luces de linterna que parecían buscar. Porque Javi, su amigo Javi, supo reaccionar ante la tragedia. Movilizó los equipos de búsqueda y pese a la noche que se avecinaba, él sentía que Constanza estaba viva, en alguna parte de ese mar. Lo fácil es resumir. Lo fácil es decir que hubo un final feliz. Lo difícil es ver que las luces no te localizan, que tu voz no sale, que estás sola. Muy sola.
Luces de linterna
“Estaba viendo dos luces de linterna a la altura del aparcamiento, no me lo podía creer. Automáticamente me olvidé de mi plan suicida y centré toda mi atención en aquellas luces. “¿Venían a buscarme a mí? ¿Cómo podía llamar su atención? ¿Aún puedo salir con vida de este accidente? Intenté gritarles pero no conseguía emitir ningún sonido. Mi garganta estaba tan irritada de haber tragado y vomitado agua que no era capaz”.
Sin embargo, sabía silbar. Y Javi conocía bien sus silbidos. “Yo seguía silbando con y sin esperanzas. Poco después, ya no fueron dos linternas, ahora eran cuatro y comenzaron a avanzar como cual procesión de hormiguitas en lo negro por el mismo camino que seguí con Javi. Sabía que habían oído mis silbidos, yo no cesaba”.
En tierra, un equipo de protección civil se sumó a la búsqueda. Ahora sabían que estaba viva. Al momento, se pusieron en contacto con Salvamento Marítimo porque la única manera de salvar a la joven era por aire. “¡Vamos! ¡Aguanta, Pitu!”.
Era su apodo familiar, como la llamaban en casa, como la llamaba la gente que la quería. Y entonces lo supo. “Tenía que sobrevivir, yo no podía morir así y de esa manera tan estúpida. Voy a aguantar lo que me echen y más”. Y aguantó hasta que llegó el helicóptero, hasta que el rescatador (de nombre Carlos) bajo a por ella, hasta que estuvo a salvo dentro de ese helicóptero que tantas y tantas veces había visto. Aguantó hasta que “mientras sobrevolábamos la isla de camino al hospital rompí a llorar desconsoladamente. Lloré como jamás he llorado en mi vida, estaba en shock.
El rescatador me tapó con una chaqueta y me abrazó con cariño. El tiempo que mis llantos me lo permitían, estuvimos hablando, entre muchas cosas, destaco algo que me dijo y me quedará grabado de por vida: Eres una campeona”.
Nota: Un año después, Un día 5 de agosto de 2016 cualquiera, la Chica de la roca creó un grupo de WhatsApp con el nombre “Gracias”. En la lista de este grupo muchos nombres. Éstos son los de Salvamento Marítimo:
Miguel Chicón, Raúl Ortiz (piloto helicóptero), Rubén (copiloto), Carlos (asistente de grúa), Carlos (rescatador), Luis (estación de coordinación) y Raúl.
“No sé si sabréis por qué os convoco en este grupo, hoy que es 5 de agosto a las 23.05, sí, el día que me ayudasteis a volver a nacer”… Firmado, la chica de la roca.