Revista Informar
Un ilustrísimo señor, marinero en el SAR Mesana
Las Caras Del Mar
26 DE NOVIEMBRE DE 2024
José Ángel González: “Mi padre y mi abuelo decían que los barcos los hacen las tripulaciones. Son nuestra segunda casa".
Maite Cabrerizo /Lucía Pérez (fotografía)
Entrevista con el ilustrísimo señor José Ángel González Núñez. No. No te has equivocado de lugar. Estás en las caras del Mar de Salvamento Marítimo. Esas caras que no se ven, pero que están detrás de cada emergencia, de cada vida salvada, de cada rescate hecho. Caras como las de José, marinero en el SAR Mesana. No hace gala del título y lo cuenta sólo como una anécdota más, pero no lo es. Porque aquel atentado en Afganistán cuando tenía 20 años estuvo a punto de costarle la vida. Se había alistado al Ejército en su afán de servicio, de ayudar a los demás; el mismo espíritu que años después le llevó a Salvamento Marítimo. El coche bomba destrozó su convoy, no a él. “Tenía una labor que cumplir en un país que nos necesitaba. No me arrepiento de nada”. El Ministerio del Interior le hizo entrega de esta Encomienda que le reconoce como ilustrísimo señor que se otorga a las víctimas del terrorismo y que él guarda con sabor agridulce. Por lo que hizo, y por lo que no se pudo hacer. Ésta es su historia.
Familia de mar
José Ángel González nació en Marín, un pueblo pesquero de Pontevedra. Y como su abuelo y como su padre, compartió nombre (todos se llaman José) y amor por la mar. Navegaban en la Marina Mercante y su abuelo, también en la pesca. Las ausencias del padre hicieron que José se criara con los abuelos. “Hoy soy la persona que soy gracias a ellos. Fueron los que me educaron así, con valores que transmito a mi hija”, dice señalando la foto de la pequeña Noa, que ve a su padre como un héroe. “Papá salva a personas”, escribió la pequeña de 5 años en un trabajo para el colegio. Y los niños siempre dicen la verdad.
A los 19 años se alistó en el servicio militar profesional. Tenía buenas referencias de su padre y pensó que era un buen sitio para desarrollarse profesionalmente. “Era una vocación y también una experiencia de trabajo”, dice.
A los seis meses tuvo su primera misión en Afganistán para cubrir las elecciones democráticas. Era 2005. “Fuimos con otros países de la OTAN a dar apoyo para que pudiera haber un gobierno democrático con libertad, que la gente pudiera tener derechos”. A finales de año, con la Navidad por medio, volvieron en una segunda campaña, aunque ya la situación era compleja y difícil. Compartían base con el Ejército italiano. Pero a José todo lo merecía la pena, pese a las situaciones complicadas que se vivían allí. “Ya había atentados y la situación estaba muy difícil. Pero con 20 años no piensas que te puede pasar algo. Era mi trabajo. Repartíamos comida, agua… Hacíamos las operaciones que nos tocaba y había que llevarlo bien”.
Hasta que sucedió ese 13 noviembre de 2006 que nunca olvidará. La deflagración se registró al paso de un convoy español integrado por 47 militares a bordo de siete vehículos BMR y un Vamtac. La explosión del coche bomba afectó al vehículo BMR que encabezaba el convoy y provocó, además de reventar una de las ruedas del vehículo, heridas leves a su conductor y un soldado. Ese soldado era José. “Tuve la suerte de que no murió nadie”. No quiso volver a España. “Era un trabajo vocacional”, justifica. Es lo que le movía y le mueve: la pasión por lo que hace.
El entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, expresó su “apoyo, respaldo y estímulo” a los soldados españoles destacados en el país asiático, dado el “altísimo componente humanitario” que tiene su misión. Al volver a casa le reconocieron como víctima del terrorismo y como ilustrísimo señor. Da igual. En su cabeza y en su corazón quedaron muchos momentos grabados, también pérdidas humanas.
Cinco años más tarde abandonó el Ejército profesional, pero no la vocación de ayudar, de sentir que su trabajo tenía que servir para algo. Y en Salvamento Marítimo, donde lleva 9 años, su trabajo sirve para mucho. Al día siguiente de realizar esta entrevista, José tenía la revisión médica de la empresa. Estamos seguros de que los análisis de sangre dieron naranja.
Embarque en Salvamento Marítimo
Comenzó a trabajar en los astilleros, en reparaciones de barcos, hasta que en 2016 tuvo la oportunidad de entrar en Salvamento Marítimo. Conocía bien esta sociedad, por su labor en Galicia. “Sentí que era como lo que yo buscaba en el Ejército, una labor humanitaria, cuidar a las personas, pero en este caso a la gente con problemas en la mar”.
Cuando le llamaron para embarcar en el Alonso de Chaves, en Gijón, saltaba de alegría, como si tuviera siete años. Y cuando lo cuenta uno siente que retrocede en el tiempo, que su pasión sigue ahí, contagiosa, verdadera. Al final pasó cinco años en este barco que no olvidará. Se pone serio: “Mi padre y mi abuelo decían que los barcos los hacen las tripulaciones. Da igual qué embarcación sea o si está en el peor sitio, da igual. Si tienes gente buena tanto profesionalmente como personalmente, los trabajos salen solos. Lo más importante son los compañeros, porque al final el barco es tu segunda casa. Se crean vínculos muy fuertes y bonitos”.
En 2021 le tocó embarcar en el SAR Mesana. Le costó el cambio, lo justo para darse cuenta de que en este barco también tenía un sitio. Puerto de Barcelona, Valencia, Baleares…, “siempre con el barco preparado para cualquier emergencia”.
Los años en Salvamento Marítimo le han dejado recuerdos impagables. Como cuando de madrugada encontraron a dos personas en Cabo de Peñas. Llevaban buscándolas muchas horas. Era invierno y las aguas del Cantábrico heladoras. Había pocas esperanzas y de repente, ya a las 6 de la mañana, oyeron sus silbatos. “¡Estaban vivos!” Fueron evacuados por el helicóptero, pero es imposible olvidar aquel momento. “Cuando encuentras a alguien y lo salvas, eso no tiene no hay manera de explicarlo. La vida humana en la mar hay que salvarla siempre, no puedes omitir el socorro”. Y ahí incluye la llegada de migrantes y reconoce la suerte de haber nacido a este lado.
Su abuelo fue emigrante durante 20 años en Uruguay. Tuvo que buscarse la vida como camarero de noche y repartiendo embutidos en una pequeña empresa que creó. “Seguro que todos tenemos a alguien de nuestra familia que tuvo que buscarse la vida”, recuerda, volviendo a dar las gracias por este trabajo que le permite ayudar a los demás. “Yo todos los días que me levanto me digo que soy un afortunado. Y llevo nueve años ya, pero todos los días lo digo”. Se lo dice a él y a sus compañeros en el SAR Mesana, donde el buen ambiente se contagia.
El día que sacó la plaza, le llovieron las felicitaciones no sólo de su buque, también del resto de tripulantes de otros barcos que se alegraban de corazón de tenerle a bordo. Ésa fue la mejor nota. Ésa y la vuelta a casa con Noa y con su pareja, Natalia. Porque la vuelta a tierra siempre tiene premio. Con Noa, porque es un torrente de amor, de cariño, de ilusión, de generosidad de decirse te quiero, te amo. “Nos besamos, nos tocamos, nos decimos te quiero. Creo que es importante, que hay que saber comunicarse y decirlo todo. No guardarse nada”. Y con Natalia, el faro para volver a casa.
Y en el recuerdo, siempre los suyos. “Mi padre, que es la persona que podía estar orgullosa por mi trabajo en Salvamento Marítimo, falleció en 2010. Pero mis abuelos sí lo supieron y estaban felices”. La abuela Eudosia murió el año pasado con 99 años sabiendo que su José trabajaba en esta Sociedad que salva vidas. “Detrás de cada trabajo que hago, siempre sé que están ellos”, dice emocionado. De todo árbol no se hace una canoa. Pero de José podrían salir toda una flota de barcos.
ASÍ LO CONTARON LOS MEDIOS
Era el 13 de noviembre de 2006. Los medios daban la noticia: “El cabo de la Brigada Ligera Aerotransportable (BRILAT) Javier García Crespo y el soldado José Ángel González Núñez, destacados en la provincia de Herat, al oeste de Afganistán, han resultado hoy heridos leves cuando el vehículo blindado en el que patrullaban fue blanco de un ataque con un coche bomba que conducía un suicida”.
Mira la foto de Noa y recuerda a los niños a los que dio alimento y ropa, con los que jugó. “Soy un privilegiado. No puedo pedir más”.