Revista Informar
“TRABAJAR EN SALVAMENTO MARÍTIMO ME CAMBIÓ LA VIDA. HA SIDO UN ORGULLO”
12 DE ABRIL DE 2024

El marino Carlos Maragoto hace repaso de su singladura por esta Casa. Se jubila, pero nunca dejará de formar parte de su tripulación
Maite Cabrerizo
Año 1977, Viveiro (Lugo). Un rapaciño de 10 años se escapa de casa por la noche para llegar al puerto, esperar a que lleguen los barcos y ayudarles en la bodega con el pescado. Maruca, merluza… más grandes que él. Envuelto en la ropa que le facilitan los pescadores, necesita varias vueltas para no perderla en la faena. No importa. De ese pesquero, con barba de muchos meses y casi desconocido, bajará su padre. Antonio, el padre, le verá alto. Carlitos, el hijo, le verá distinto, diferente. Ha pasado un mes de su partida al Gran Sol y toca regresar. Luego volverán a casa con su madre y sus tres hermanos. Él, feliz, cogido de la mano fuerte, muy fuerte. Los compañeros en el barco le dirán a modo de despedida: “Este chico tuyo vale para el oficio”. Antonio, el padre, sonríe.
Ese rapaz es hoy el contramaestre del buque Punta Salinas, Carlos Maragoto. Nuestra Cara del Mar porque, aunque acaba de jubilarse, hablamos en presente porque un marino nunca se baja del barco. Y menos alguien agradecido a una sociedad que le cambió la vida. “En mi vida hay tres hitos importantes: cuando me casé, el nacimiento de mi hija y trabajar en Salvamento Marítimo”, dice todavía emocionado después de una despedida que le ha costado muchas lágrimas. “La tripulación era mi segunda familia y el buque mi otra casa”.
Soñando con barcos
Carlos Maragoto nació en O Barqueiro, en Estaca de Bares (A Coruña), aunque a los 6 años ya vivían en Viveiro (Lugo) donde, según cuenta la leyenda, hasta los niños de teta sacan marisco. Fue su caso y el muelle, su lugar de recreo. Allí iba a ver barcos, a imaginar a su padre en algún pesquero lejos, sabiendo que algún día sería su momento. No tardó en llegar y a los 14 años, al acabar la EGB, sacó el Certificado de Formación Básica en Seguridad Marítima (antigua competencia marinera) para poder faenar en pesqueros. Empezó así a trabajar con un vecino suyo que tenía un barco pequeño, para pulpo, centollo, camarón... A los 17 años se cumplió uno de sus sueños: navegar con su padre, contramaestre en otro pesquero. Embarcó como grumete en un barco de 32 metros, abierto por la popa y por la proa. Iban al palangre, en campañas de un mes.
Lo recuerda con cariño. “Me gustó mucho trabajar con mi padre. Yo era uno más. Fue el mejor maestro que he podido tener y pedía a los compañeros que enseñaran al chaval”. El chaval lleno de energía, y ganas, no se achantaba pese a los días de mala mar o las largas jornadas interminables, cuando no se hacían turnos. “No descansabas nada. Hemos hecho barbaridades con el sueño. Hoy ya no existe ese sistema de pesca”. Estuvo 21 años en ese barco. Años en los que conoció a su mujer, hizo el servicio militar en la Marina. A la vuelta, su padre pasó a ser engrasador y él, su sucesor, contramaestre.
De aquellas campañas quedaron muchas anécdotas, personas, emergencias que a veces acabaron mal, muy mal. Otras, lo pudieron contar, como cuando en plena noche, cayó un compañero al agua. “Era su última campaña, su último viaje. Se jubilaba. Estábamos haciendo la maniobra para recoger el pescado y un cable en el pecho lo tiró al agua. Tiramos cabos, pero él sólo se pudo agarrar al aparejo. Eso le salvó. Era de noche, hacía frío y entonces no se llevaba chaleco salvavidas”, reconoce Carlos, sabiendo que las cosas han mejorado mucho. “A mí se me caían las lágrimas porque era como un padre para mí”. Temporales, tormentas de las que pensabas que era la última… En un momento dado, decidió enviar su currículum a Salvamento Marítimo. La llamada para embarcar en el buque Miguel de Cervantes fue en diciembre de 2006, el mismo mes que su mujer salía de cuentas.
Momentos importantes
En su universo mental se juntas los dos grandes momentos que, no se cansa de repetir, cambiaron sus vidas: la llegada de María y Salvamento Marítimo. Embarcó como marinero, con el mensaje siempre acertado de su padre de “aprender de los otros y yo hacer lo que supiera”. Y saber, sabía mucho: de mar, de barcos y de relaciones personales. Su nombre levanta el aplauso y agradecimiento de los compañeros y tuvo el privilegio de ser de los primeros en navegar en el recién botado Miguel de Cervantes. Su color naranja, Salvamento Marítimo… “Orgullo”, dice a quien le escucha.
Nada más desembarcar de la primera campaña, en el taxi, camino del aeropuerto, llegó la llamada de Nati, su mujer: María venía de camino. De cómo llegó a casa, de cómo se fue al hospital, de cómo su mujer esperó a que llegara para estar juntos cuando naciera la pequeña… De todo eso nunca se olvidará. Momentos que da la vida y le han convertido en el hombre feliz que es hoy.
La entrada en Salvamento Marítimo fue un cambio radical a su vida de marino por el tipo de barco, de trabajo y de emergencias que tenía que atender. Ahora muchas vidas dependían de él, de ellos. Estuvo 5 años en el Miguel de Cervantes para pasar luego al buque Punta Salinas como contramaestre, donde ha estado otros 12 largos años. Resulta difícil hacer cuentas, más que contar emergencias o vivencias, porque esas no se olvidan: pateras, pesqueros, remolques… “Los dos barcos son mi segunda casa. Somos una familia, estamos atentos unos de otros, nos cuidamos “.
A Carlos le tocaron los dos volcanes, el de El Hierro y el de La Palma. Difícil olvidar sus llamaradas, como la de un buque factoría cargado de pertrechos (fuel, gasoil…). Cuando estaba todo cargado y la gente a bordo, prendió fuego. Durante tres días con sus tres noches, con el barco ardiendo, el Punta Salinas le dio remolque. Al tercer día, cuando Carlos había acabado su guardia y estaba acostado, el marinero de guardia le avisó de que el barco se había dado la vuelta. Viendo como estaba, se decidió cortar el remolque. Carlos cortó… “Y empezó la Navidad. Luces de todos los colores. Aquello era increíble. Nunca vi nada igual”.
Y sí, toca hablar de un hasta luego. Porque la despedida de Salvamento Marítimo, con José Manuel Vázquez Cal como capitán, duró días. Fue el 13 de diciembre y no se avergüenza al decir que los pasó llorando de emoción. “Me hicieron una bonita despedida. No lo olvidaré”. Fue justamente su capitán el que nos dijo que en Carlos había una Cara del Mar, historias detrás de la historia, vidas que no se ven… y que nos gusta contar. El contramaestre insiste en que Salvamento Marítimo no es un trabajo, es una manera de vivir, de pensar, de ser.
Carlos Maragoto ha devuelto con su forma de ser y su profesionalidad lo que esta Sociedad le dio. Generoso siempre, ha formado a las nuevas tripulaciones. “Me llaman el Maestro Miyagi”, como el mentor del protagonista de Karate Kid. Y eso es lo que ha sido y será Carlos siempre, el maestro.