Revista Informar
Un todoterreno en Alvedro
25 DE MAYO DE 2017

Maite Cabrerizo / Lucía Pérez (Tratamiento fotográfico)
“Todos los mortales son alguna vez náufragos, y los salvadores, al mismo tiempo que tienen que salvar a los demás, salvan una parte de ellos mismos, y renacen al devolver la vida”.
Hugo Dopazo, nadador de rescate de Salvamento Marítimo, tiene grabada la cita de Hervé Hamon en su cabeza. Y en su corazón. Cada vez que desciende de un helicóptero en busca de alguien que necesita ayuda, incluso cada vez que se abraza a un cuerpo sin vida, sabe que está donde siempre quiso. Sus nervios son de acero porque la vida del rescatado y la suya propia sólo dependen de un cable que los une al helicóptero… Es cuestión de décimas segundos; de milésimas de segundo en las que uno lo da todo. Dopazo lo hace porque cada vida cuenta.
De Coruña, 37 años, hace diez que entró a formar parte de este selecto cuerpo al que todos miran con admiración. El top del salvamento dice alguien cuya vida, cuya razón de ser, siempre ha estado vinculada a los demás.
Empezó como socorrista en playas y ya estaba preparando las oposiciones de bomberos (aclaramos que en el cuerpo de Hugo el nivel de adrenalina está siempre a tope) cuando surgió la posibilidad de presentarse a unas pruebas para Salvamento Marítimo. Fue de carambola, reconoce, pero a veces son esos caprichos del destino los que mejor funcionan. Y en el caso de este gallego funcionó.
Cuando lo contó en casa nadie se extrañó, por su manera de ser, por su manera de vivir la vida pensando en los demás, porque en su familia quien más quien menos tiene una vena artista y Hugo no iba a ser menos. Con una hermana en el Circo del Sol, que Hugo decidiera ser nadador de rescate formaba parte de lo posible. Aunque es cierto, reconoce el propio Hugo, que hace años no se conocía bien esta figura. Tocaba explicar que eran personas que, conectadas al gancho de una grúa mediante un arnés, descienden a la embarcación, o a tierra, para salvar a gente cuya vida corre peligro.
Así es como funciona la cabeza de Hugo. La palabra protocolo es su abc a la hora de acometer cualquier misión. Sus ojos hacen una radiografía de la situación y sabe que todo depende de él. No hay tiempo para el corazón, para el miedo… Esto ya llegará después, cuando una vez en tierra valore lo que ha hecho y el riesgo que ha corrido. “Sólo piensas en que tiene que cubrir una misión”, repite Hugo Dopazo.
La llamada
La espera, desde que hiciera las pruebas, fue como un embarazo. Nueve meses pendiente de que sonara el teléfono, en ser uno de los elegidos. Y sonó. Hugo tiene memorizada la conversación. Iba en el coche. Vio la llamada y aparcó como pudo. Y también como pudo respondió sin que se notara su emoción.
-Hola, ¿sabes quién soy?, dijo alguien al otro lado del teléfono. El mismo que le dijo que le gustaría que estuviera con ellos en el equipo de rescate, que si seguía interesado.
Cuando colgó no se lo creía. “Yo siempre pensaba que bonito sería todo eso y ahora era un sueño hecho realidad”. Hizo las pruebas, dio el perfil, consciente de que su vida daba un giro de 180 grados. “No me lo podía creer”.
Y sin embargo, ahí estaba, vestido en un helicóptero, equipado para salvar vidas, y sin dejar de lado la parte más humana que es la que le llevó en definitiva a aceptar este trabajo.
“A mí siempre me ha gustado el trato con la gente, ese perfil más social, estar mano a mano con las personas”, dice. Y en el caso suyo, es un mano a mano en el que todo depende de él. Una responsabilidad que asume con la frialdad necesaria para no doblegarse en operaciones complicadas.
En su primera misión de verdad le tocó abrazarse a un muerto. Llegaron tarde, la persona había fallecido y la tuvo que izar pegado a él.
“Es la cara más cruda de salvamento. Te das cuenta de la realidad. Eres consciente, pero tiras del manual. Colocas el arnés, se cierra la hebilla y te quedas cara a cara con la víctima. Pero aplicas el protocolo y luego lo masticas en la intimidad, con los compañeros de la tripulación”.
Nunca se olvidan esas caras. “Ninguna”, susurra. Porque al lado del hombre valiente, al que no le tiembla el pulso, hay un gallego que ama a las personas, que ama la vida, que agradece cada segundo de esta oportunidad que le ha dado Salvamento Marítimo de cumplir un sueño.
En su maleta personal lleva siempre el nombre de una persona Jesús, un instructor en Las Palmas que le hizo amar aún más esta profesión. “Suso es nivel, calidad humana, valentía, tiene un liderazgo natural que no lo he visto en otras personas”, dice agradecido, pese a los años. Porque Hugo es así, un entusiasta que ama la vida y que ama lo que hace. No es una profesión al uso, es algo más, “o lo vives o no lo vives”, dice. Y Hugo lo vive.
Una gran familia
En sus inicios fue rotando por todas las bases. Las Palmas, Valencia, Almería, Gijón, Coruña, Santander… “Ahí me di cuenta de la gran familia que era realmente Salvamento Marítimo. Las torres de control, los helicópteros, toda la gente que había implicada”.
Hugo Dopazo suma y sigue anécdotas, recuerdos, como el que ocurrió en Las Palmas. Intercambió su puesto con un compañero que iba a ser papá en esas fechas. Su amigo Jorge fue a Coruña y él a Las Palmas. Y en el momento en el que el bebé nacía, Hugo se jugaba la vida en una complicada operación de rescate de un barco en medio de un gran temporal.
No fue nada fácil, pero él le resta importancia. Es su trabajo. Por suerte, dice, la gran mayoría de misiones terminan en positivo, pero siempre hay un riesgo y una posibilidad de que algo salga mal. Pero de que salga bien se ocupan Hugo y los suyos. Es su razón de ser.
Próxima semana…Hay personas que pasan toda su vida persiguiendo un sueño que nunca alcanzan. Otros, como José María Caballero, patrón de la Salvamar Gadir, vive inmerso en él. Desde 2010, desde que entró a formar parte de Salvamento Marítimo…. ¿Quieres conocer a nuestro compañero que navega por los mares del sur?