Revista Informar
Un 'quijote' a los mandos del Helimer
Las Caras Del Mar
21 DE MARZO DE 2017

Un día le llamaron loco porque siempre quiso volar. Hoy Jorge Fernández es comandante del Helimer de Gijón. El 'quijote' de Langreo ha cumplido su sueño
Maite Cabrerizo
Porque en seis días hizo el señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay y al séptimo… no descansó. Al séptimo todavía le quedaba por crear a Jorge Fernández, el comandante del Helimer intensivo y extensivo en todo su ser, que no está en todas las partes porque no puede, pero que si pudiera, habría Jorge también allende los mares. De momento, lo tenemos en Gijón.
Intensivo en su trabajo y extensivo en su vida y en su obra en la que nada rima, en la que el día no da para poesía sino para misiones arriesgadas como el rescate de los 12 tripulantes del Gure Uxua el pasado mes de febrero o la de un niño en un acantilado. Ésas son las de foto, las que salen en televisión, las de la palmada en la espalda que bien se agradecen. Pero hay más, muchas más, muchas en las que no hay esa felicitación aunque el riesgo haya sido el mismo.
Por eso decimos que el día a día no da para poesía, pero si el pasado de un chaval que por entonces prefirió hacer cemento, ser peón de obra, pescar algas o bucear que bajar las escaleras de la sidrería que tenían sus padres. Muchos hablaban del quijotismo del hijo de los Fernández; pero esos mismos que le llamaron loco se dirigen a él ahora como señor comandante. Porque loco estaba. Por volar, por salvar, por ayudar. Lo estaba y lo está, ¿no hemos dicho que era intensivo?
Interrumpimos la entradilla para tomar el aire que Jorge no toma, porque se le acumulan los recuerdos y las vivencias. Y así, sin conocerle más que por sus gestas, uno parece que le conociera de toda la vida. Si toda la vida se entiende por 43 años. Leo pasional de agosto, lucha por lo que quiere y así lo ha demostrado siempre, pese a las zancadillas que ha habido y que le han hecho levantar y seguir hasta donde hoy está, con todos los honores.
“Su sueño desde pequeño, su meta en la edad adulta, su realidad. Trabajos durísimos físicamente para ahorrar y poder costearse los estudios, años de destinos fuera de casa, esfuerzo, soledad… Enhorabuena Jorge”, le reconoce su mujer Carolina en Facebook.
La entrevista comienza justo cuando regresa de una operación en Asturias. La recogida de un cuerpo en acantilado. Está revuelto, está triste. Se han jugado la vida con 30 nudos de viento a sotavento y potencia 100% del helicóptero para nulo resultado. El cadáver llevaba una semana en el agua. “Pero el esfuerzo que haces es siempre el mismo”, dice sabiendo que la vida de su tripulación ha estado en peligro.
Pero al momento se le pasa. En cuanto retoma el hilo de aquel joven de la cuenca minera de Mieres donde de pilotar aviones poco sabían. Más cuando su padre era profesor de autoescuela casado por aquellas con una alumna. Aunque, los caprichos de la vida (y un Jorge erre que erre) hacen que hoy sea piloto y su hermana azafata casada con otro piloto.
“Yo siempre quise ser astronauta, desde que en casa me regalaron una enciclopedia. Pero vi que eso era imposible y me quedé con el sueño de ser piloto, aunque la zona de Langreo no es un sitio donde poder acceder a esa información. Sólo se sabía que era caro y en su casa no había dinero. No se barajaba la idea”.
La escalera de caracol
Jorge no tuvo una juventud fácil porque nadie le hacía caso. “Me llamaban loco y ahora cuando me han visto en rescates como el del pesquero de Gure Uxua no se lo creen”. Fue un estudiante irregular “porque veía que no lo iba a conseguir”. Pero se negaba a que aquello fueran lentejas.
Quizá por ello su pasado sea tan prolífico y variado con un CV que empieza como director de campamento de verano, donde demostró que podía con 90 chavales él solo, a obrero en la construcción. “Yo no quería dedicarme al negocio de la sidrería. Prefería levantarme a las 6 para ir a la obra”.
Y fue lo que hizo durante año y medio. No sabía nada de un gremio en el que comenzó como peón, haciendo trabajos que nadie quería hacer. Pero el encargado vio en aquel joven un chico listo y le enseñó a fondo la profesión. “Cuando acabé podía hacer una escalera de caracol de hormigón que pareciera de mármol”, dice orgulloso.
Una escalera que le permitió subir peldaños en ese sueño que era su vida. “Ahorraba todo el dinero que ganaba, pero sabía que aquello no era lo mío”.
El siguiente peldaño de esa escalera de caracol fue su trabajo como buzo, “aunque nunca había metido la cabeza debajo del agua y no quería ver la playa ni en pintura”. Pero el hijo de los Fernández, los de la sidrería, el que decía que quería ser piloto o astronauta o quién sabe qué se fue a Barcelona con sus ahorros “y empecé a trabajar y ya no paré”.
Su experiencia en la construcción le dio muy buena fama en el trabajo como buzo en obras hidráulicas en invierno que compaginaba con la pesca de algas en verano. El famoso agar-agar que pescaba en duras jornadas de ocho horas y que se vendía Japón, Pasando frío, calamidades… subiendo esa escalera de caracol peldaño a peldaño. “Haciendo capital para poder ser luego piloto”.
Éste es Jorge, erre que erre. “Los que te conocen de toda la vida siempre dicen que, ya desde pequeño, quisiste que esta fuera tu profesión. Para alcanzarlo te empleaste en trabajos muy duros (todavía recuerdo las curas de las yagas causadas por las campañas del ocle) y sacrificaste muchas cosas”, le recuerdan en las redes.
“Ahorraba todo el dinero. Me llevaba al trabajo el termo del café y el tupper con la comida porque había que estar agazapado por si pasaba el tren. Si salía la oportunidad de dar el salto iba a necesitar dinero”.
Y Jorge erre que erre, iba haciendo caja. Con las algas, con su mili voluntaria a Yugoslavia, porque eso también forma parte de este joven que pilota su helicóptero y su vida. Fue él mismo con una carta escrita de su puño y letra al entonces ministro Suárez Pertierra en la que le pedía un destino más interesante que el de la factoría de magdalenas. Y qué mejor que Yugoslavia.
“No pongas ni ministro ni nada”, le dio un amigo. “Mándale una carta personal en la que le cuentes que tú has ido a la mili para hacer algo útil”. A la semana estaba embarcado en la fragata Andalucía rumbo a Yugoslavia como apuntador de la torre directora. Salva de avisos, aclara. Y nos hace las cuentas de lo que eso supuso. Personal y monetariamente. Sus ahorros, poco a poco, iban subiendo a costa de esfuerzo.
Y fue ahí, agazapado, cuando conoció a Carolina, su mujer, su chica, la que le apoya en esta carrera y madre de su hijo Damián, el pequeño que con poco más de dos años no lo puede decir más claro: “”Mama, coto papa, amos” (mamá, vamos al helicóptero de papá). Porque sí, y desvelamos el final, Jorge Fernández logró subir esa escalera de caracol y ser piloto.
Bendito suegro
Fue a Carolina, o mejor a su suegro Enrique, a quien le debe su carrera. Fue él quien le dijo que habían salido plazas, quien le animó a que se presentara, quien le ofreció su casa en Madrid con pensión completa.
Pero nadie dijo que fuera fácil y menos cuando por aquel entonces el curso costaba 11 millones de pesetas que por supuesto Jorge no tenía. Sí, había estado agazapado, con sus tuppers y termos, con la pesca de algas, los campamentos de verano, las obras, Yugoslavia… pero no daba. Haciendo cuentas tenía 4 millones. Gracias a sus padres consiguió un préstamo personal que le permitió realizar el curso.
“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”, dijo don Quijote de Cervantes y dice nuestro quijote asturiano que, como era de esperar, aprobó con buenas notas.
Sus primeros vuelos
Su primer destino como personal de Helicsa fue en Canarias, en el servicio de rescate y emergencias del Gobierno canario (GES) con un sueldo 600 euros que todavía recuerda. Ahí conoció la llegada de pateras y un trabajo volcado en los demás.
Jorge Fernández para la conversación para hacer una retrospectiva de su vida que le ha llevado a donde siempre quiso, con un añadido más: trabajo de salvamento en el que nunca pensó. En Canarias conoció el mundo de las pateras. “Ahí me di cuenta de que no me había equivocado de profesión”, susurra. “Veías un punto a 120 kilómetros de la costa que era una persona. Su cara de sufrimiento y su desesperación son cosas que no se olvidan”.
Se le despertó entonces esa labor humanitaria que hoy continúa en Salvamento Marítimo y que compagina con instructor de vuelo (lo fue siendo aún copiloto). Nos dice que es buen profesor, y no lo dudamos. Como tampoco dudamos de su entrega, de su pasión en los vuelos, de que los 13 años que ha tardado en ser comandante desde que empezó a volar le han convertido en lo que es hoy (con 40 años).
Entrada a Salvamento Marítimo
“La verdad es que yo no quería entrar en Salvamento Marítimo “, dice así, tajante, sin tapujos ni medias tintas Fernández. “Cuando la empresa me comentó que iba a trabajar aquí yo le dije que no, que estaba bien donde estaba”. Carolina se había trasladado a vivir con él a Fuerteventura y ya tenían un sueldo después de la etapa de los 600 euros con el que podía comprar lo que quisiera o incluso salir a cenar. No se lo pusieron fácil. Pero hoy no se concibe un Jorge fuera de Salvamento Marítimo. “Me jubilaré haciendo este trabajo”, dice.
Modesto, en 2011 le concedieron la Cruz de la Orden del Mérito Civil por un rescate in extremis, aunque su mejor medalla es la de la prudencia y la prevención. Con los ecos del Gure Uxua aún vivos, Jorge sabe que esa operación fue una excepción ya que “los naufragios de pesqueros no suelen ser buenos porque ni ellos son capaces de ponerse a salvo”. En el Gure Uxua les salvó estar juntos en una balsa. “De ahí la importancia de la labor que hace Salvamento Marítimo con los cursos de supervivencia en la mar hasta que llegan los equipos de rescate”, apunta. Media hora que puede salvar muchas vidas.
Volvemos sin su permiso al Facebook, hoy convertido en confidente de lo que Jorge Fernández es y escribe. Advertimos, sin su permiso.
“Hoy por primera vez me han puesto una navaja en el pecho en la puerta de mi casa. ¿Queréis saber si he sentido miedo? Miedo es lo que siento cuando en plena noche me subo en un helicóptero con tres compañeros para irnos mar adentro. Miedo es lo que siento cuando un compañero cuelga de un cable en medio de una tormenta. Miedo es lo que siento cuando lo veo reflejado en la cara de un náufrago a merced de las olas. Lo otro, lo de la navaja, eso no da miedo, da pena. Yo seguiré jugándome la vida todos los días por ayudar a alguien. Quizá algún día incluso por la de quien me puso la navaja en el pecho”.
Después de leer esto entendemos por qué el señor creó en seis días los cielos y la tierra y hasta al séptimo, hasta que hizo a Jorge Fernández, no pudo descansar.
*Próxima semana: Nos adentramos en las tripas de la Dirección General de la Marina Mercante, en Madrid. Su director general, Rafael Rodríguez Valero, nos da prioridad frente un senador de cuyo nombre no queremos acordarnos. No en vano, Salvamento Marítimo es la niña de sus ojos, una sociedad donde “el plural es fundamental. Nadie es nada si dice yo soy, yo hago”. Jugador de ajedrez aventajado, nadador de podium, paseante en sus ratos libres, futuro escritor y ocasional espectador de Gran Hermano. “¿Por qué gritan? No entiendo por qué se enfadan y chillan. En el barco estábamos más tiempo y no pasa nada de todo esto”. Y hasta ahí podemos leer.