Revista Informar
"Me gustan las emergencias porque sientes que ayudas a alguien que te necesita y tú estás ahí"
Las Caras Del Mar
24 DE ENERO DE 2017

Nació en la mar y vive por y para la mar. Lidia Beceiro es controladora en la Torre de Control de Cartagena. Desde allí mira al Mediterráneo sabiendo que alguien puede necesitarla.
Maite Cabrerizo
Carmen Lorente (tratamiento de fotografía)
Desde el norte del norte (de Valdoviño, en el pico de Finisterre), a Cartagena. Desde el frío Atlántico, al calor del Mediterráneo… ¡y al calor de sus gentes! Así lo siente Lidia Beceiro, controladora en la torre de control de Salvamento Marítimo de Cartagena y feliz con un trabajo en el que se mueve como pez en el agua. Porque aunque era nueva en estas lides, no lo era en el mundo de la mar, al que toda su familia está vinculada de alguna manera. Con un padre capitán de barco y primos marinos, Lidia optó por estudiar Máquinas, un arte en el que combina la ciencia pura con la aventura.
Y aventuras es lo que tuvo y lo que tiene, en presente, porque su vida en Cartagena lo es. Cada 15 días vuelve a casa donde tiene a su pareja y a su niña. Los otros 15 días del mes se deja el sudor y sangre en esas pantallas que controlan el tráfico marítimo, que miran al mar, día y noche, para que nada pase, para que todo esté controlado. “Pero a mí me gustan las emergencias. Ahí es donde doy más de mí”. Así es Lidia Beceiro, gallega, 31 años, y llena de retos por delante y con una ambición sana en la que no piensa en sí misma, sino en los demás. En su familia, por supuesto, pero en toda esa gente por la que vela Salvamento Marítimo. En su juventud fue socorrista y ahora, de alguna manera, lo es a gran escala.
Su puesto no se lo ha regalado nadie, sino esas horas de estudio y esa cabeza brillante que le colocaron como una de las primeras mujeres en la sala de máquinas del barco. Lejos de la teoría, lejos de la imagen idílica que se presupone a navegar, lejos de todo eso, Lidia se vio embutida en un buzo lleno de grasa “¡y las manos siempre sucias!”, recuerda. Pero mereció la pena.
En 2009 comenzó su singladura primero como alumna y después como Oficial en mercantes. Otra paradoja más de esta profesión mayoritariamente masculina, es que del mar poco o nada veía, “porque estaba en la cueva”, ríe Lidia.
Su trabajo era intenso, tan intenso que los llantos de su bebé años después serían música celestial en comparación con la alarma que se disparaba día sí día también de la llamada “máquina desatendida”. Lidia trabajaba de 8 de la mañana a 5 de la tarde con una hora para comer. Después, se conectaban unos repetidores de las alarmas de la máquina para actuar en caso de emergencia, lo que suponía estar activa las 24 horas. “Porque sonaba todas las noches. Tenía 3 minutos para despertarme, vestirme y bajar 5 plantas corriendo antes de que sonara la alarma general”, recuerda aún con el trajín en el cuerpo. “Para que luego fuera un falso aviso”.
Nuevo rumbo
En 2001 decidió que quería seguir estudiando, tener más proyección, mayor recorrido, terminar la carrera completa aunque sólo fuera porque le abría más posibilidades “y por orgullo. Por acabar lo que empecé”. Y se bajó del barco. Al año siguiente nació su pequeña Tania, dando un cambio en sus vidas. Su pareja, también contramaestre en buques durante más de 20 años, decidió buscarse un trabajo en tierra para poner orden en el núcleo familiar.
Fue entonces cuando surgió la posibilidad de trabajar en Salvamento Marítimo. Era pasar al otro lado, pero no por ello menos apasionante y aventurero. Y no lo dudó ni un segundo. Para fortuna de ella y de Salvamento Marítimo, que cuenta con una gran profesional en sus filas.
“Estoy feliz”, dice aun sabiendo que hay pequeños peros… como la distancia con su casa y con los suyos. Algo más de mil kilómetros que pesan en el corazón de esta madre. Era una decisión importante, pero trabajar aquí también lo era. Un buen trabajo y un bien sitio. Estudiaron los pros y los contras. Y ganó la cordura. “Es duro. Te das cuenta de que te pierdes muchas cosas, pero los turnos en la torre de control son 15 días seguidos y 15 de descanso, que los paso dedicados a los míos, y sobre todo a la niña”, aclara la controladora, a la espera de ese traslado.
Y mientras llega ese día, en Cartagena vive como una estudiante, compartiendo casa y coche. Y en Valdoviño como una mamá que no se separa de su hija. Pero es feliz, por su trabajo, por lo que tiene, por lo que da y por lo que recibe en forma de agradecimiento. Lejos del norte del norte, Lidia Beceiro no deja de sonreír en este lado del mapa.
“Aquí Cartagena, torre de control. Adelante”. Su voz suena firme. No hay duda. Estamos en muy buenas manos.
*Próxima semana. “Nos asignan un área y un patrón de búsqueda. Cuado estás arriba, todo en un punto de radar. De repente entras en zona. Transformar ese punto de radar en un barco es increíble. Todo eso sigue vive en el tiempo”. Los Ojos del mar. Así les llaman y no sin razón. Y en esos Ojos se encuentra Pablo Benjumeda, operador de medios tecnológicos Sasemar, uno de los 13 elegidos por Salvamento Marítimo para dirigir las misiones de los aviones Sasemar 101, Sasemar 102 y Sasemae 103. Benjumeda está, literalmente, “enamorado” de su trabajo; nosotros estamos, también literalmente, enamorados de él. Prepárate para el próximo vuelo. Despegamos.