Revista Informar
Las mil y una maneras de vivir del marinero Jorge Gallego
Las Caras Del Mar
07 DE FEBRERO DE 2017

El marinero Jorge Gallego navega en la Guardamar Polimnia con un objetivo, ayudar a los que lo necesitan. Y ahí, en aguas de Alborán, son muchos. Es uno de los primeros que tiende las manos de los inmigrantes que llegan buscando un mundo mejor.
Maite Cabrerizo
Carmen Lorente (fotografía)
si no me ves sonreír/
es simplemente despiste/
maneras de vivir.
Noche en Almería. La música de Leño suena en el ambiente. Maneras de vivir de Rosendo Mercado y maneras de vivir de Jorge Gallego. Un marinero de la Guardamar Polimnia atípico en todos los sentidos. Porque Gallego no tiene un amor en cada puerto; tiene dos amores en un solo puerto, sus hijos Jorgito y Malena que le esperan en tierra firme. No es un tipo duro, pese a su tatuaje en la espalda, sino un marino dulce enamorado de la vida y de la gente; no trabaja para vivir. No, Jorge no. “Trabaja en lo que te gusta y no trabajarás nunca”, dice. Acaba de desembarcar después de un largo mes en el que suma patera tras patera. Niños, adultos que se aferran a la vida a bordo de una toys hinchable. Son imágenes que se quedan grabados en su retina años después. No es fácil olvidar; tampoco quiere.
con igual velocidad/
subrayando en mi diario/
muchas páginas.
Y el diario de Jorge, a sus 35 años, tiene muchas páginas escritas, aunque no con igual fortuna. Prefiere hablar del presente que del pasado; del ahora que del ayer, de Jorge padre y marinero que de Jorge niño, cuando se buscaba la vida sin saber qué ni cómo.
Ser el menor de seis hermanos no le convirtió en un niño consentido. Le tocó trabajar, Cooperativas, recogió tomates, en la construcción y como camarero. Pero le faltaba algo. “Yo quería ayudar a la gente, hacer algo por los demás, quizás porque cuando yo lo necesité no me ayudaron”.
Fue así como Jorge Gallego llegó a Salvamento Marítimo. Antes había trabajado ya como marino en un gran barco mercante. No fue una experiencia fácil. Era el niño en una tripulación que navegaba 100 días y descansaba 20. Aprendió mucho de la mar; también de la vida. Pero era duro separarse de su niño. “Jorge era muy pequeño. Cuando llegaba a casa no me reconocía y eso me hacía sufrir”.
Navegar en el color naranja
Cuando desembarcó tuvo claro que lo que quería era navegar en el color naranja de Salvamento Marítimo que veía desde tierra. Leía sus noticias y veía las imágenes. Y algo en ese corazón rebelde le hacía pensar que aquel era su lugar.
Interrumpimos el relato para hacer un retrato de Gallego rompiendo las reglas del buen periodista de ser objetivo. Con Jorge no se puede. No porque él lo pretenda, sino porque su silencio es poesía. Emborracha a quienes le rodean con esa cara de niño de bueno, de la que hoy sus padres seguro que estarán orgullosos; del que ya están orgullosos sus hijos. Siempre dispuesto, siempre a punto para cualquier emergencia, siempre marino de poa a propa.
“No puede ser de otra manera -dice convencido- me siento un privilegiado en mi trabajo. La tripulación es mi otra familia y saber que puedo salvar vidas da sentido a tu día a día”.
olvidando el porvenir/
me quejo sólo de vicio/
maneras de vivir.
Pero el marinero de la guardamar Polimnia nunca se queja. Sea la hora que sea. En cuanto suena el aviso de una emergencia es el primero en reaccionar, porque el tiempo en la mar cuenta. “Soy un privilegiado”, dice haciendo suyas las palabras del capitán Miguel Parcha, “este oficio es un estilo de vida”.
En el barco Jorge es hijo, hermano y lo que haga falta. Él, que nunca fue hombre de libros, se puso como objetivo aprobar los cursos que le abrieron la puerta a Salvamento Marítimo en 2009. Su primer destino fue unos meses en la Salvamar Hamal, donde la tripulación le recibió con los brazos abiertos. De ahí pasaría a la Guardamar Calíope, que luego sería sustituida en Almería por la Guardamar Polimnia.
Si alguna vez tuvo dudas sobre si estaba en el sitio adecuado (que nos las tuvo), enseguida se disiparon. Porque ese destino en el sur fue un choque brutal con la realidad. O con otra realidad distinta a la de los viveros, chatarra y bares. La realidad de la inmigración, de la llegada de cientos inmigrantes ilegales que se cogían fuerte a su mano. Esos ojos que te miran, esa sonrisa… Al principio tuvo miedo, sí. Hemos dicho que es marinero atípico porque Jorge no oculta sus emociones. Llora, sufre, se ríe, emociona. Conjugo el verbo dar día tras día a cambio de nada.
Junto con Luis, son los que suben a los inmigrantes en la Guardamar, los que le tienden la mano. Y es entonces cuando ve sus ojos, sus miradas atormentadas. Pero un apretón de manos, una sonrisa made in Jorge les tranquiliza. Porque el trayecto de vuelta es sólo el inicio a un futuro desconocido y no siempre fácil. Y Jorge Gallego lo sabe muy bien. “Miro sus caras y es un cúmulo de sentimientos. Felices, porque los hemos rescatado, y preocupación porque no saben qué va a ser de ellos. Esto acaba de empezar”.
El viaje de vuelta en la Polimnia es un momento clave para los adultos, pero sobre todo para los niños. “Les hacemos caritas con los globos, jugamos y hasta cantamos. Eso les tranquiliza”. Eso, y la mirada de Sacha, el pastor alemán que se sitúa en popa para olfatear pateras y que juega con los niños una vez en el barco. “Yo me quiero ganar su sonrisa”, dice desde el respeto, “porque cualquiera de los que viene en esa patera habla cuatro idiomas y tiene carrera”.
Maneras de vivir
lo cierto es que estoy aquí/
otros por menos se han muerto/
maneras de vivir.
Pero Jorge no está dispuesto a morir, aun exponiendo su vida en esa travesía por el Mediterráneo. “Cuando estamos trabajando se nos olvida el peligro. A mí y a mis compañeros. Importa la gente, el resto no”. Luego, ya en tierra, con la misión felizmente cerrada, reconoce que hay un subidón de adrenalina, sonrisas que vienen a decir, compañeros, lo hemos conseguido. Sin palabras, no hace falta. “Es duro, pero creo que si no estuviera aquí sería peor”.
Sí, peor para él, pero también para quienes trabajan con él. Hoy Jorge Gallego ha reflexionado sobre su vida. “¿Pedir? No puedo pedir nada más”, dice interrumpiendo la conversación para achuchar a su Malena. “Son mi vida”
y si te quieres venir/
tengo una plaza vacante/
maneras de vivir.
En el tintero quedan cosas pendientes. Quiso ser capitán y se quedó en marinero… “todavía”, amenaza. Hay tiempo y de momento, ya ha hecho cantera. “Jorgito lo tiene claro. No quiere ser un marinero normal, sino un capitán de Salvamento Marítimo como Miguel Parcha”.
Maneras de vivir, las de Rosendo. Mil y una maneras de vivir, las de Jorge Gallego. En un lugar de Almería.
*Próxima semana. Y sin pedirlo, nos pusieron sobre la mesa de esta redacción el nombre de Antonio Padial, el Jefe de Centro de Salvamento Marítimo en Valencia. Y fue algo más que una sugerencia, fue un reto que aceptamos con respeto ante los ecos de un hombre que ha escrito gran parte de la historia de esta Casa. Pero en estereportaje, querídisimo Antonio Padial, jugábamos ventaja: jugábamos a caballo ganador. Y si no, esperen a la próxima semana