Revista Informar
La vida a 90 metros de profundidad
Las Caras Del Mar
21 DE FEBRERO DE 2017

El Coordinador de buceo de Salvamento Marítimo, Manuel Ruiz, nos cuenta cómo se ve el mundo a 90 metros de profundidad. Ahí se siente seguro y feliz.
En la mar no hace falta valientes, sino gente prudente
Maite Cabrerizo
Carmen Lorente (tratamiento fotografía)
¡SILENCIO, SE RUEDA! Manuel Ruiz en acción. No podía ser de otra manera que en acción. Y eso que hemos logrado sentar un rato al Coordinador de buceo de Salvamento Marítimo para que nos cuente, con vistas al puerto de Ferrol, el argumento de esta película que no es sino su vida. Ésa que hemos titulado “La vida a 90 metros de profundidad”, la que comenzó la primera vez que se sumergió en el agua.
Fue tarde, dice, a los 28 años. “Desde el minuto cero supe que esto era lo mío. Soy una persona introvertida y debajo del agua me siento seguro, fuerte, feliz”, subraya Manuel Ruiz. Ahora, a sus 55 años, este santanderino afincado en Coruña siente que su vida anterior no cuenta, que ha tirado muchos años a la basura. Pero conociéndole, uno sabe que de Manolo, como le llaman los amigos, se aprovecha todo. Porque eso que él llama timidez es prudencia; lo que él llama soledad es aprendizaje.
Nació en Santander, vivió en Bilbao, recorrió mundo, pero siempre pegado al mar. No podría ser de otra manera. Durante su vida, ésa que dice que no existió, hizo de todo. Trabajando en lo que saliera y en restauración. Vivía entre Laredo y Canarias. Pero su cuñado era buceador, probó… y supo lo que quería. Vivir aunque fuera dentro del agua. Fue un cambio radical, siempre con su mujer de apoyo en estos viajes que le hacían feliz.
Dejó la hostelería para iniciarse en el mundo del buceo profesional. Su primer trabajo fue en Benalmádena. “Siempre he sido muy aventurero, me gusta la acción. Si pudiera, estaría siempre en misiones especiales”, dice con una calma que choca.
Porque Ruiz es así. Su templanza y esa bonanza que emana ocultan el nervio de hombre de desafíos y emociones fuertes, más si hay vidas en juego. Desde 1989 hasta 2001 trabajó como buzo profesional en obra civil.
No hace falta valientes
“No tenía prisa”, dice sabiendo que el tiempo jugaba a su favor. Sus primeros pasos fueron en distintas empresas y puertos. Construcciones, voladuras… “Debajo del agua me sentía y me siento bien. Tengo una sensación de independencia, de estar a gusto. Me ha dado mucha tranquilidad”, dice responsable, sabiendo que desde que se enfunda el buzo hasta que se lo quita la que manda es la mar. “Al mar hay que tenerle respeto siempre. Pese a los años. No hace falta valientes, sino gente prudente”.
Como él, que bajo el agua transforma en templanza el nervio de tierra; que en lo que superficie se le hace un mundo, a 90 metros bajo el agua resulta fácil; que el agua es su aliada, amiga, “mi vida”. Y no es postureo, sino la verdad de alguien que habla de su profesión con el corazón. Es el primero que baja, el primero que arriesga, “y eso que ahora las cosas han cambiado. Antes estabas tú solo, sin comunicaciones. Ahora es diferente”.
Maestro con valor añadido
En 2001 en el Instituto Galego de Formacion en Acuicultura (IGAFA) buscaban instructores de buceo y dio el paso. Un salto de vértigo porque Manolo, ese hombre capaz de sumergirse en las profundidades, que no conocía el miedo, debía enfrentarse a un grupo de alumnos dispuestos a preguntarle por todo. No había material didáctico y tampoco tenía experiencia en hablar en público ni en saber qué podían preguntar. El instructor desempolvó sus viejos apuntes.
“¡Tuve que estudiar lo que no estaba escrito!”, recuerda de esas clases de física en la que venían universitarios dispuestos a todo. Pero Manolo se los ganaba. Y no sólo por esa empatía con la gente, sino por su experiencia, ésa que no aparece en los libros y que es su valor añadido. Efectivamente, es lo que tiene Manuel Ruiz. Un valor añadido difícil de encontrar, en lo humano (a estas alturas ha quedado claro) y en lo profesional.
Rescató viejos escritos, se apuntó a clases de informática y resucitó la pregunta de su viejo profesor: antes de plantear el problema, plantea 20 preguntas que te puedan hacer. Y así fue como Ruiz fue sumando alumnos, alumnos que dejan huella y con los que hoy mantiene contacto. Sus clases eran y son pura película: cómo actuar en obras hidráulicas, qué pasa si se pierde la comunicación, qué pasa si hay problemas, qué, qué qué…
Y Manuel responde con paciencia y, sobre todo, con conocimiento de causa en unas clases en las que no faltaban batallitas. Las que él ha vivido. Unas buenas; otras para olvidar, pero que no se olvidan. Como cuando recuperó el cuerpo de un joven de 19 años de un pesquero. Eran 3 en el barco. El padre y un tripulante fueron encontrados muertos. Faltaba el chico. Manolo quiso darse una última oportunidad. “Y lo vi. Era la última botella y el último intento. Estaba con mi compañero. Y lo vi. Vi el pantalón amarillo y me eché a llorar, de la emoción, de los nervios. Sé lo importante que es para la familia poder rezar a un ser querido”.
La noticia llegó al pueblo cuando enterraban al padre. Los aplausos que sonaron en la misa taparon el sonido de las campanas. Largos aplausos que hoy todavía emocionan a Manuel, que se estremece mirando al mar. “Se me pone la piel de gallina”, dice con un escalofrío.
Paso a Salvamento Marítimo
Después de seis años en el IGAFA, y tras la crisis del Prestige que vivió en primera persona, en 2007 dio el paso a Salvamento Marítimo. Una aventura más en esa carrera hacia lo desconocido, pero a la que no podía decir que no. Y lo hizo, como siempre, de cabeza y pese a que su mujer le puso 42 veces la maleta en la calle, bromea este sentimental enamorado de su gente y de sus 3 hijas.
“¿Quería aventuras? Sólo con lo que viví ese año me di cuenta de que no me había equivocado. Que estaba en el lugar perfecto. ¡Cumplía todas las expectativas!”, dice con esa frescura de un chiquillo. Lo que sigue siendo. Y lo vemos en su día a día, en esas prácticas de buceo que realiza hoy con los alumnos con la campana húmeda en el puerto de Ferrol. Como no podía ser de otra manera, también fue el primero que la estrenó.
Rodeado de estudiantes, Ruiz rejuvenece. Tiene tanto que contar… Lleva ya siete años y su horizonte laboral está muy lejos. “Es un trabajo vocacional. Yo me identifico con las siglas de Salvamento Marítimo. Doy la cara por mis compañeros”, dice con la prensa en la mano mientras una noticia anuncia la llegada de pateras. Le queda muy lejos, al otro extremo del mapa. Pero sabe que sus compañeros allí se juegan mucho. “La gente está acostumbrada a estas noticias, pero no sabe la realidad que viven los marineros de esos barcos, que se juegan la vida cuando saltan a la patera”.
Los alumnos le vienen a buscar para la foto final. “¡No sin Manolo!”, dice un joven que posa a su lado. ¡No sin Manolo! , decimos en esta Casa.
Próximamente: Dice Iván Martínez, nadador de rescate y operador de grúa en el Helimer que “no somos héroes. Sólo somos personas que ayudamos a los demás”. No vamos a ser nosotros quienes pongamos o quitemos galones, pero conocer a Iván, oír su voz tranqulizadora en una emergencia, saber que hay alguien que daría su vida merece, cuando menos, ponerle cara. La Cara del Mar de quien un día dijo: “Mamá, dame dinero para comprar una maleta, que me voy”. Fue el inicio de este viaje. ¡Coge billete para la semana que viene!