Revista Informar
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ, MARINERO DE LA SALVAMAR ALKAID
Las Caras Del Mar
15 DE FEBRERO DE 2023

“NOS APRETAMOS TODOS EN LA QUILLA, PEGADITOS COMO SARDINAS, ESPERANDO QUE ALGUIEN NOS VIERA”
- El marinero de la Salvamar Alkaid fue rescatado por Salvamento Marítimo cuando faenaba en aguas de Agadir. Tenía 20 años.
- De los 15 tripulantes, sólo 5 salvaron la vida
Maite Cabrerizo
Frío. Se congela el tiempo y se congelan las palabras al recordar aquel 16 de marzo de 1998. Frío. En niveles de hipotermia. “Si la temperatura corporal es inferior a 35ºC se debe buscar atención médica urgente. Entre los 35ºC y los 32ºC el organismo aún puede reaccionar; hay escalofríos y temblor intenso en un intento de aumentar la temperatura corporal”. José Antonio Hernández tenía 33 grados de temperatura y 20 años. Aguantó. Fue rescatado por un pesquero y el helicóptero de Salvamento Marítimo. Hoy es él quien rescata desde la Salvamar Alkaid.
Aquel 16 de marzo de 1998 José Antonio temblaba de frío, pero también de miedo, de impotencia, de rabia, de preocupación por la familia que dejaba en tierra. Han pasado 25 años y aún le tiemblan la voz y los recuerdos, que se han quedado congelados en su memoria. Y sí, José Antonio pudo reaccionar. Difícil de olvidar la experiencia para este marinero de Salvamento Marítimo que fue titular en todos los Medios. “Trágico naufragio de un pesquero en Agadir”. “Cuatro muertos y seis desaparecidos al naufragar a unas 45 millas de Agadir el pesquero español “Peix del Mar Siete”. Hoy es titular es nuestra revista inforMAR.
Familia de pescadores
José Antonio, de Huelva, empezó a navegar con 18 años, por tradición. Como su abuelo, como su padre, inspector en una empresa de pesca, y como su hermano (hoy patrón en la Salvamar Algenib). En su horizonte sólo había mar. “Te metías directamente con 18 años. Era algo diferente, me gustaba”, dice recordando aquellas primeras campañas como mecánico en barcos congeladores en los que hacía 3 mareas de 45 días y una de 45 en casa. “Convivías con 15 personas en un barco de 32 metros. Era duro, pero muy emocionante”. Había estudiado mecánico de segunda en la Náutico Pesquera de Huelva. Su primer embarque fue a Marruecos. Dos años más tarde fue el accidente. Sólo tenía 20 años.

Fue en el Peix del Mar Siete. Un barco de bandera española que faenaba en aguas de Agadir. “Íbamos al marisco, gamba, langostino…”. Ese 16 de marzo todo apuntaba a un día más. Pero no. Trabajaban para el arrastre en un barco con dos artes, uno por cada brazo. “Y de repente ocurrió. Todo fue muy rápido. Estaba con el jefe de Máquinas en el pañol de máquina hablando. Entonces el barco empezó a escorar. Un enganche, una piedra… Se paró. Algo no iba bien. El jefe subió para el puente. A mí no me dio tiempo a salir. Por el portillo del baño ya entraba agua. Nos quedamos dentro mucha gente, pero el barco al dar la vuelta tan rápido se quedó con aire y aún estuvo 14 horas a flote”.
Las imágenes se agolpan. Un compañero le dijo que buceara. “¡Bucea! ¡Bucea! Bucea que sales”. Y ahí salieron unos cuantos. En la noche había luna y calmita, pero en marzo, en Agadir, el agua estaba a 16 grados. De cómo salió (“Yo conozco el barco, pero al dar la vuelta no sabía dónde estaba. Bajaba una escalera y lo que tocaba era el techo”, dice reviviendo esa pesadilla), de cómo su cuerpo se quedó atrapado en el desagüe, engullido, de cómo aguantaron en la quilla… de cómo un chaval que no sabía nadar murió. De nada se quiere acordar y, sin embargo, de todo se acuerda. “Yo sabía nadar, pero había un chico que no. Sólo tenía 3 años más que yo. Le empujé y salimos los dos… pero no aguantó hasta que nos recogieron”.
“De nada se quiere acordar y, sin embargo, de todo se acuerda. También del joven que murió a su lado”
Salieron buceando y se agolparon en casco, quilla al sol. Eran siete. “Al resto ya no los vimos. Les pilló en el camarote y no pudieron salir. No tuvieron tiempo”. Allí, en el casco, aguantaron durante 14 horas. Se arroparon entre ellos, abrazados, agarrados para evitar el frío; esperando que llegara esa ayuda con la luz del día, que alguien les echara de menos. “Pensaba en mi familia, en mis padres. Al principio no eres consciente, luego llega el miedo y sólo piensas en dormir y el frío, mucho frío”.
Los siete seguían en la quilla cuando los barcos de la misma empresa pasaban cerca, muy cerca. A 600 metros. “Gritábamos, pero no se enteraban de nada. Nos tumbamos para darnos calor, muy pegaditos, como sardinas. Te entra sueño, calambres en las piernas. Pero había que evitar dormirse”. Sin luces y con el barco dado la vuelta y de color gris, pensaban que era un ejercicio que estaba haciendo la Armada y se alejaban para no molestar.
28 horas perdidos en la mar
El naufragio fue el día 16 de marzo a las 11 de la noche. No les rescataron hasta las 3 de la madrugada del día 18. Con las luces del alba ya los buscaban. Nadie les había echado de menos hasta que los propios compañeros del Peix VI de la misma empresa se dieron cuenta de que algo pasaba. Habían quedado para hacer darse un recambio y no había ninguna señal. Después de llamar a Marruecos para comprobar que el barco efectivamente había salido de Agadir en la fecha prevista, empezó la búsqueda por mar y aire.
Las horas jugaban en contra. Sobre las 14:00h del día 17, el barco se hundió. Salieron 3 aros salvavidas. A uno se agarró el marinero Eugenio; un segundo fue para José Antonio y el tercero para el engrasador. El resto de la tripulación se subió en bidones, palés… Estos fueron los primeros en ser encontrados a las 8 de la tarde. José Antonio y Eugenio tuvieron que esperar a las 3 de la madrugada del día siguiente. 28 horas desde que el barco volcó. 1.680 minutos decisivos para vivir… o morir.
“¡Aguanta! ¡Aguanta!”, se decía a sí mismo José Antonio. Sabían que estaban cerca. Fue entonces cuando apareció un pesquero y José Antonio comenzó a gritar: “Náufrago por banda de estribor. Dos náufragos por estribor”. Pero no les oían ni les veían. Tampoco él veía a su engrasador, “un chico gallego que falleció. Se quedó dormido. Hipotermia. Le intenté levantar, pero ya estaba morado. Se dejó ir”. (Dejamos pausa, que respire él y respire la historia. Que respiren los recuerdos). Se lo había llevado la mar.
Por fin en la zozobra de la noche alguien los escuchó. Por fin alguien los vio y pararon máquinas. Echaron la escala. José Antonio pudo nadar y subir por sus medios. Al compañero lo tuvieron que amarrar. “¡Estábamos a salvo!”. Ya dentro del barco les metieron en la cocina con los hornillos a tope, ducha de agua caliente y mucho café. Y posteriormente, cosas del destino, fueron trasladados por un helicóptero de Salvamento Marítimo hasta el hospital de Arrecife, en Lanzarote, donde llegaron a las 4 de la mañana al centro sanitario. “¡Salvamento Marítimo!”, sonríe pensando en las casualidades desde la salvamar donde hoy navega. “Yo lo único que quería era comer” dice José Antonio, consolado sólo por los 12 paquetes de galletitas que engulló. Y consolado porque su familia no sabía nada. Nadie les había avisado para evitar la angustia, para evitar la soledad de la gente del mar cuando espera noticias. Cuando el padre recibió la llamada ya estaba a salvo.
A bordo de la Salvamar Alkaid
Después de aquel fatídico día se quedó en la empresa, pero como mecánico en tierra. Demasiados recuerdos que pesaban. En el año 2000 le salió la oportunidad de cubrir una baja en Salvamento Marítimo. Los mismos que le habían rescatado en el helicóptero. “¿Por qué no intentarlo?”, se dijo. De la pesca al salvamento de vidas, al auxilio en la mar. La idea le gustó y embarcó primero en el Alonso de Chávez y luego en la Alkaid, en Mazagón, donde 23 años más tarde sigue navegando orgulloso de sus colores y de su trabajo en esta Casa. “un trabajo muy bonito poder ayudar a la gente en la mar”, dice.

"Es inevitable no pensar. Cuando salgo con la salvamar y sé que hay gente al otro lado esperando que alguien les rescate, que puede que estemos cerca… Te identificas con ellos"

Es inevitable que los fantasmas vuelvan, sobre todo cuando acude a emergencias que le recuerdan aquel 16 de marzo de 1998. “Es inevitable no pensar. Te identificas con ellos. Cuando salgo con la salvamar y sé que hay gente al otro lado esperando que alguien les rescate, que puede que estemos cerca... No soy de los que me retiro enseguida. No puedo”, repite aludiendo a esa solidaridad entre la gente del mar. La que les hace diferentes.
Su mujer y sus dos hijos saben que José Antonio navega en la mar y sigue navegando en casa, porque es imposible desconectar cuando todo lo que te roda es océano. Incluido su hermano Javier, en la Algenib y que conoció de cerca la tragedia del Prestige. Juntos celebra este 30 Aniversario de Salvamento Marítimo con los mejores deseos y el mayor orgullo “por este trabajo tan especial. Complicado a veces, pero que da tanta satisfacción”.
Dice José Antonio que es malo con las palabras. Pero no hace falta ser poeta para llegar y de este marinero, que comenzaba hablando del frío, sólo nos llega calor, mucho calor. Por estos 23 años de 30 en salvamento Marítimo, ¡Gracias!