Revista Informar
Con los ojos de Oliver
Las Caras Del Mar
24 DE ABRIL DE 2017

Maite Cabrerizo
Lucía Pérez (Tratamiento fotográfico)
Con los ojos de Oliver Peñil el mundo se ve de otra manera. Entusiasmo, emoción… se ven ganas de comerse el mundo y de sentir que estás donde quieres estar. Gusta mirar con los ojos de Oli, como le conocen los amigos, porque es sentir el mariposeo en el estómago por lo nuevo, por lo que no se conoce; es no dormir por la noche y darlo todo de día.
Su padre, Ángel Peñil, siempre le dijo, “sé que nunca te va a faltar trabajo porque sé cómo trabajas”. También en Salvamento Marítimo saben cómo trabaja este expatrón de la Salvamar Castor (ése era su destino en el momento de la entrevista) y antes marinero en la Salvamar Alonso Sánchez o Segundo Oficial en la Guardamar Polimnia. Sí, hoy Las caras del mar hacen un hueco a uno de los marinos que Salvamento Marítimo tiene en el banquillo, que están siempre al otro lado, que cuentan sin vergüenza cómo viven la llamada .
“Era un manojo de nervios”, dice en varias ocasiones durante la entrevista el asturcántabro, asturiano o cántabro según le convenga, de 36 años.
Natural, si adornar ni modelar, las palabras como salen, como él es, realista. El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas. Y es lo que Oliver hace, ajustar las velas porque por Salvamento Marítimo, sí, ¡oye bien su madre Edita!, es capaz de darlo todo y asentarse. Porque como cuentan muchos de los retratos que desfilan en esta galería de Las caras del mar, “Salvamento Marítimo te atrapa”.
Peñil es joven en la Casa, sin embargo ha dejado huella. De entrada, por esa famosa foto en la que aparece junto a Kamal, el inmigrante albino rescatado de una patera el pasado verano por la guardamar Polimnia. O por esa otra foto en la que dos enamorados de Eritrea se abrazan después de haber sido salvados también por la Polimnia. Y Oliver lo supo captar. Con su sensibilidad, con sus ganas de poner en valor el trabajo de una tripulación que lo da todo.
Así es Oliver. En el “mundo” de las pateras, como él dice, o en el de las emergencias, aunque sea la asistencia a una embarcación con problemas. “Es un mundo increíble. Conocía Salvamento Marítimo, pero hasta que no se está dentro no se sabe bien lo que de verdad es”, insiste.
Familia de pescadores
De padre asturiano y madre cántabra, Oliver Peñil nació en Torrelavega en el seno de una familia de pescadores que le contagiaron esa necesidad de vivir pegado al mar. Es el tercero de cuatro hermanos y quizá, el más inquieto.
Su padre y su tío Lolo tenían y tienen dos barcos de pesca y al acabar el instituto sacó los títulos de patrón y mecánico y se unió a la empresa como uno más. Ser hijo del jefe no le dio ningún privilegio, con largas jornadas, madrugones a la 1 de la madrugada y días revueltos. Pero Oli era (y es) joven y optimista y se veía con dinero.
“Claro que es muy duro, pero me gustaba y me gusta mucho”. Pese a los sustos, como en aquella ocasión en que vio cómo la mar ponía en peligro la vida de su padre. Tenía sólo13 años, era Jueves Santo y su padre entraba en San Vicente de la Barquera. Le pegó un golpe de mar que creó en aquel niño una ansiedad que hoy recuerda. “Pensé que era el final”.
Aun así, a Oliver le gustaba pescar y demostró a su padre que ante todo era un gran trabajador. Y eso para este marino es importante. Porque a su necesidad de viajar y de conocer y de salir del pueblo y de volar está la necesidad de llevar con orgullo el apellido Peñil, sentirse parte de esa familia tan querida en la zona.
El día que decidió dejar la pesca (10 años después), su padre, de los de la antigua usanza, no lo llevó bien; aun así, aplaudió su trabajo: “Ya puedo decir que quedan marineros como los de antes”. Y eso no se olvida, pese al disgusto de que ninguno de los cuatro hijos se quedara en la empresa familiar.
No al Plan de Vivienda
Para Oliver tampoco fue fácil. Pero fue el ya y el ahora. Con sus ganas de comerse el mundo, por entonces estaba atrapado en un Plan Vivienda que le obligaba a comprarse casa en el pueblo, en la zona de Bustio. Justo en el momento de la firma, cuando todo estaba preparado y el vendedor recién llegado de Madrid, Peñil dio marcha atrás.
“No podía firmar aquello”. Nada más verle entrar en casa su madre, que conoce bien la mirada de su Oli, le dijo, “¿te vas verdad?”
Y se fue con 28 años. De mar en mar. “Soy de regadío”, aclara. A trabajar en lo que fuera, pesca, chárter, draga… “Echar currículos”, dice. Primero Málaga y luego tuvo una llamada, dice él, un pálpito decimos nosotros, que le llevó a Ibiza cuatro años. Se trabajaba bien, se ganaba dinero y, además, conoció a Ana, su novia. El pálpito funcionó. “Ana ?bromea-. Así se llaman las novias de los marineros”.
Y mientras, entre trabajo y trabajo, mochilero por más de 20 países que le han llevado a conocer lo mejor de la gente. Hasta que llegó la llamada de Salvamento Marítimo y el manojo de nervios. Y no le importa decirlo. “Pensé que no dormía”, dice. “Estaba tan nervioso que no sé ni con quién hablaba. ¡Te sube algo por la barriga!”.
Se sabe el día, 8 de enero; se sabe de dónde venía, de visitar las Cuevas de El Soplao y también sabe que era un número muy largo, de esos que vienen de oficinas. “Era de Recursos Humanos. ¡Me enviaban a la Salvamar Alonso Sánchez!”.
Y sólo en la manera de decirlo uno imagina ese manojo de nervios que nace en el hueco del estómago y que nos mantiene vivos: los nervios de ese primer beso, los nervios del examen final, los nervios de Oli…
Ahí estuvo tres meses en lo que supo lo que eran las emergencias. “No te haces a la idea hasta que estás dentro. Porque la emergencia nunca es buena”, dice, agradecido a Ricard, el patrón con el que dio sus primeros pasos.
Y de la Alonso Sánchez a Rosas, a la Salvamar Castor, “un sitio complicado”, le dijeron en Madrid. “y donde más se trabaja. ¿Quieres ir?” “¡Pues claro que quiero ir!”, dijo con ese hormigueo en el estómago que a estas alturas todos conocemos. Y es que Oliver Peñil contagia. Transparente, hambriento de cosas buenas que gusta compartir.
Las aguas del Mediterráneo no eran las del Cantábrico en las que pescaba. “Pero tela en Rosas”, advierte. “Hay casi siempre viento de la tramontana con 45/50 nudos. Hay que tenerla mucho respeto”, aconseja.
Y de su particular mundo de remolque (el 95 por ciento son asistencias a embarcaciones que en invierno se complica con emergencias a pesqueros) a otro de esos mundos de los que habla, el mundo de las pateras… ¡visto con los ojos de Oliver!
A bordo de la Guardamar Polimnia
El 16 de junio del año pasado embarcaba en la Guardamar Polimnia como Segundo Oficial sin saber, sin ni siquiera imaginar lo que le venía por delante. En cuanto a tripulación, a la que Oliver nombra uno por uno desde el corazón, con su capitán Miguel Parcha a la cabeza, “y que es mi padre en Salvamento Marítimo. Yo le consulto todo a don Miguel”. Porque así es como le llama desde el cariño y desde el respeto y admiración.
Le habían hablado de la Polimnia, sí; de su buena gente y se su trabajo con las pateras, pero repite, “hasta que no estás allí”.
De la primera emergencia de un rescate de inmigrantes en Alborán recuerda sensaciones: ver a la gente, ayudarles a subir las escaleras, darles algo caliente, mirar sus ojos cansados. Entre sus recuerdos, Kamal.
La periodista de El Ideal de Granada, Laura Ubago, así lo recogía: “Kamal llegó el domingo por la noche a Motril arropado por Oliver. Son los dos jóvenes, han conectado y se hacen un selfie sonriendo. Oliver le dio confianza y sellaron esa fugaz amistad con una foto, que es el lenguaje universal”.
La noticia también llegó a Unquera, donde los padres de Oliver la leían con orgullo. El hijo más inquieto, el que huyó del Plan de Vivienda y de los convencionalismos, el mochilero que salía a buscarse a sí mismo, era titular en la prensa.
En la siguiente ocasión Oliver retrató a una pareja rescatada también en la Polimnia. Hizo la foto que tantas vueltas ha dado y se la mandó a su novia Ana, que se la devolvió tratada en blanco y negro. “No puedo olvidar el trabajo que hacen mis compañeros. Me encontré un barco cargado de humanidad”.
Le costó bajarse de la Guardamar, dejar atrás ese Alborán con muchas vidas por rescatar y una tripulación que la lleva muy dentro y volvió al norte, a la Salvamar Castor, donde, otra vez, los ojos de Oliver supieron ver lo que a los ojos de los humanos pasa desapercibidos.
Enseguida se hizo con la tripulación y con un trabajo diferente, pero vuelve a decirlo, “que engancha”. Hasta tal punto que después de pasar por muchos mundos, Oli hipotecaría sus viajes y sus escapadas por un sueño hecho realidad, Salvamento Marítimo. Aquí, este mochilero, se ha encontrado.
Dice un proverbio chino que “No basta ir a pescar peces con buena intención. También se necesita llevar red”. Y podemos asegurar que Oliver Peñil ya la tiene preparada para lanzarla allí donde haga falta. Mientras, mira desde el banquillo la pantalla de su móvil esperando ese número largo de Recursos Humanos. La cantera de Salvamento Marítimo pega muy fuerte, para tranquilidad de esta Casa que sabe que tiene buenos fichajes en la reserva. Oli es uno de ellos.
*Próxima semana. “¿A qué se dedica tu papá?” “Mi papá va muy lejos”, dice la pequeña Inés de 3 años. Y efectivamente Raúl Ares va muy lejos, tan lejos como le lleva el Helimer de Valencia. Su CV acumula hitos, incluida un Ancla de Plata 2008 y varios rescates que cuenta desde la modestia y la prudencia; que nosotros contaremos la próxima semana con un título nada modesto. Porque somos así, porque Raúl Ares es así.