Revista Informar
Carlos Martínez, algo más que un Patrón
12 DE JUNIO DE 2017
Maite Cabrerizo / Lucía Pérez (Tratamiento fotográfico).
Como si del programa Mi casa es la tuya se tratara, pero sin ánimo de dar publicidad ni a su presentador ni a la cadena. Así nos hemos sentido en la entrevista con Carlos Martínez, el patrón de la Salvamar Pollux, en su casa. Si por su casa se entiende esta Salvamar que él ha visto nacer y crecer. Tiene dos hijos, tres si sumamos la embarcación naranja. Fue él quien la trajo de Tarifa a Valencia hace ya 11 años. Y desde entonces no se ha movido de ella. La cuida, la mima, compra productos especiales que no la dañen, ha colocado el suelo de madera y la tiene siempre a punto para cualquier emergencia. Si veis brillar algo en el muelle de Valencia no es un fenómeno paranormal, es el reflejo de la Pollux.
Subimos… con permiso de su patrón, un valenciano de 39 años vinculado al mar se mire por donde se mire. En sus inicios, él soñaba con pilotar un avión algún día, pero pudo más la sangre marina que lleva en vena. Abuelos, tíos, primos y padre que han llegado a navegar todos en el mismo barco. Son sus recuerdos de niño. Los de un hijo esperando en puerto a su padre que venía cargado de regalos de otros mundos. Recuerdos a los que se suman las visitas esporádicas al barco.
“No se me olvida el olor de aquellas cocinas, el del pan recién hecho…”. Demasiados sentimientos que Carlos guarda y que va desgranando poco a poco. Como cuando la empresa de su padre pasó a formar parte de Salvamento Marítimo. “Fue un orgullo, porque esto es más que un trabajo. Lo vives”.
Empezó primero en las limpiamares en el Puerto de Valencia, pasó luego a Remolques Marítimos y hace 18 años entró en la gran familia que es Salvamento. “Y de aquí no me mueve nadie”, dice medio en broma medio en serio, agradecido por este trabajo que le hace ser mejor persona.
Y eso no lo dice él, lo decimos nosotros tras compartir horas de navegación y de charla que deja ver cómo es y cómo siente. Y de entrada, ya lo advertimos, Carlos es un hombre pegado al móvil. La semana de guardia duerme con él, ducha a los niños con él. Sale de paseo con su mujer y con él. Él es el móvil, el que le hace estar preparado para cualquier emergencia. “No imagino que pasara algo y que por un descuido mío, por no llevar el móvil, alguien sufriera una desgracia”.
El patrón de la Pollux suma muchos años y muchos momentos. Se queda con los buenos, aunque los malos pesan y te hace sentir que más que nunca eres necesario. Como aquella ocasión en que tuvo que auxiliar a unos pequeños que pasaban el día en el barco con su padre y la niñera. Al padre le dio un infarto. La situación cuando llegaron al barco era tremenda; también el desconsuelo de los niños a los que hubo que calmar y entretener hasta la llegada a tierra. Ésas y otras muertes que te hacen sentir mínimo en esa inmensidad del mar. Pero están las buenas, las de cada día, las de esas ayudas a marinos y pescadores, a embarcaciones de recreo, a deportistas, las que contribuyen a que el mar esté más limpio. “Entonces nos sale una sonrisita que significa que todo ha ido bien. No hace falta decir nada”.
Con vistas al mar
Empezó desde abajo hasta llegar a Patrón, tomando el relevo de su padre y compartiendo con su mujer un medio en el que ella también ha trabajado.
Pero Carlos Martínez es algo más que Patrón. Es compañero de sus tripulantes. Y no son palabras vacías o lugares comunes. No. Son una familia, tentáculos “naranjas” que se extienden más allá del trabajo, más allá de la obligación. Son muchas horas juntos en un pequeño espacio. Pero, como dice Martínez, un lujo.
“Y así se lo digo. Nuestra oficina tiene vistas al mar, navegamos, que es lo que nos gusta y apasiona. Y encima ayudamos a la gente. ¿Qué más se puede pedir?”, se pregunta mientras saluda a un pesquero habitual de la zona.
La verdad, que dicho así poco se puede pedir. Carlos es además de Patrón, profesor accidental de los que llegan nuevos al barco. “Hago lo que siempre han hecho conmigo, tranquilizarles, hacerles sentir cómodos”. Les busca alojamiento, les enseña el trabajo, les cuida… Ahora se entiende por qué nadie de los que pasa por la Salvamar se quiera marchar. Es una gran escuela flotante siempre a punto, siempre al 200 por ciento si hace falta.
“Es la manera de estar a gusto”, explica mientras comprueba las instrucciones que le llegan desde la torre de control en Valencia. Y como era de esperar, vuelve a salir la palabra familia. “Si es que estamos abiertos 24 horas”, dice orgulloso, contento de las iniciales que lleva en su uniforme.
Tanto como sus pequeños de 12 y 8 años de que su padre lleve el barco. No sabe si algún día seguirán su estela. Carlos no parece muy convencido, conoce los peligros del mar, olas que se remontan el barco, navegar sin visibilidad… pero nadie puso puertas a sus sueños y no será él quien las ponga a quienes ya sueñan con surcar los mares. “Me daría miedo, pero no se puede hacer nada”. Si la saga de los Martínez continúa, la Salvamar Pollux ya tiene que la navegue.
Reza el refrán que “en mar y amores, entrarás cuando quieras y saldrás cuando puedas”. Y parece que los Martínez (ya se sabe, esa saga de abuelos, tíos, primos,…) no encuentran la salida.
Próxima semana. Que Dios nos coja confesados porque nos vamos a hablar con Don Luis Vila. Con el Don por delante para este jubilado de Salvamento Marítimo al que alguien quiso meter de cura. Pero resultó que no. Que este gallego no estaba destinado a salvar almas, sino a salvar vidas. Se hizo patrón a cincel y martillo con su grito de guerra que aún se escucha: “venga chavales” . ¿lo oyes?