Revista Informar
"A la tripulación hay que animarla para que no se arrugue"
Las Caras Del Mar
21 DE JUNIO DE 2017

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Maite Cabrerizo
Carmen Lorente (tratamiento foto)
A los 14 años alguien tuvo la idea de meter a este chaval de nombre Luis y huérfano de padre a cura. Pero Dios decidió que no, que este jovenzuelo rebelde más que para salvar almas valía para salvar vidas. Y así es como Luis Vila Valdés, el número 13 de 14 hermanos, se subió a un pesquero de su pueblo para buscar jurel, caballa, sardina o lo que se le pusiera en medio. También chicas, “que por aquel entonces yo ya hacía mis pinitos”, recuerda divertido. “¡Yo cura con todo lo que tenía que hacer!”. Al final se salió con la suya y del colegio pasó al barco de pesca. “Con 12 y 14 años ya trabajábamos todos. ¡Y cómo!”, dice. “De aquella no había otra”.
Ni de aquella había otra ni para comer ni para vestir ni para estudiar. Que Vila lo que sabe lo ha aprendido a su manera. “Yo me hice patrón a cincel y martillo. Era una piedra bruta de un pueblo pequeño y yo sólo me envalentonaba y me envalentonaba”. Y se decía, “¿por qué ellos pueden llevar el barco y yo no?”. Y pudo.
Y cuando dice esto (lo que por cierto será el estribillo de la entrevista) te gana. No por ese acento gallego de Cariño (Coruña), sino por esa pasión que pone en todo lo que hace y lo que dice. De sus casi 67 años ni rastro, salvo por ese pelo blanco que muchos quisieran. Tampoco hay arrugas en su cara que den fe de esa singladura que, aunque en tierra desde su jubilación hace 5 años, no ha acabado. Casado y con tres hijas, hay Luis para rato. “Todas las mañanas lo primero que hago cuando me levanto es mirar el puerto y ver a la Salvamar. Es inevitable”.
Años de posguerra
Luis Vila se hizo mayor a la fuerza. Como todos en aquellos difíciles años de la posguerra donde no había hueco para ser niño. “Nos hacíamos mayores antes de tiempo. Convivíamos con marinos y ellos y nos decían “venga ya chaval, que tú puedes””. Y claro que podía, aunque eso supuso que no tuviera tiempo para pegar patadas al balón o tirar alguna que otra pedrada. Pero no habla con pena, sino con orgullo de quien sin ser nada, sin oficio ni beneficio, ha salvado tantas vidas.
Repite el estribillo, al que nos negamos a buscar sinónimos: “Hacías lo que podía y te envalentonabas contigo mismo, te enfadabas y sacabas las fuerzas de donde no las había. Decías, yo quiero ser como éste, un gran marinero”. Y sus deseos, no después de pocos sufrimientos y sí muchos esfuerzos, fueron órdenes.
A los 14 años ya era respetado por los mayores del barco y a los 16 años, cuando decidió que aquello se le quedaba pequeño (sobre todo cuando miraba el sueldo) decidió ir al Gran Sol, al arrastre, que se ganaba mucho más. También se sufría más. Muchos días embarcados lejos de casa, sin hablar con la familia, sin teléfono y por supuesto, sin móviles ni tablets. “Nada que ver con lo que hay ahora. Es una maravilla”, aplaude.
Lo del Gran Sol era otra cosa. Eran tempestades en las que pensaba que no volvería a casa. “El temporal nos doblaba las barandillas del castillo de proa como un acordeón. Nos arrancó todo lo que había que arrancar. Pensé que no lo contaba”.
A los 21 años se casó, pero ese sueño suyo de yo quiero ser patrón le persiguió hasta que lo consiguió. Con el apoyo siempre de su mujer ahorró durante un tiempo para ir pagando cursos y sacarse el preciado título, para ir subiendo peldaños en esa carrera de la vida y en la que él empezó desde abajo. Pero que terminó muy arriba. “Patrón”, dice con orgullo. Primero Patrón de litoral y luego de pesca de altura y mayor de cabotaje. Y eso nadie se lo quita.
“Quería ganar más. Me sentía fuerte como marinero pero me enfadaba conmigo mismo porque yo quería ser Patrón”. Y lo dice aún enfadado, sin darse cuenta que ya no tiene que demostrar que ha sido y es un valiente. “Salvamento Marítimo tiene mi teléfono siempre. Si me necesita sabe dónde estoy”.
Está ahí, en Cariño, en su tierra, con muchas millas en su cuerpo que lo ha visto casi todo. Recuperando esos meses en la mar lejos de casa. “En una ocasión estuve hasta 7 meses de campaña. Sólo podías hablar con las costeras. Pero no había otra. Era lo que tocaba”.
“Venga chavales”
Y a Valdés le tocaban muchas así por su experiencia, por su capacidad de trabajo y de hacer equipos. “Yo animo y animo. Venga chavales”. Y funciona. Porque sin saberlo, en su título de Patrón iba incorporado el de psicólogo, el de padre, el de amigo… “porque eres responsable del barco y de la tripulación. Eres el papá y la mamá. Hay que hacerte fuerte, envalentonarte y animarles a seguir cuando vienen mal dadas o en situaciones peligrosas. Hacerles entender que somos hombres de mar y que no nos podemos achicar venga lo que venga. Ésta es nuestra empresa y hay que defenderla”.
Y así lo ha hecho siempre. Aventuras y desventuras, situaciones complicadas en las que todos recurrían a Luis Vila, ciclones que han dejado muertos y heridos, también muchas vidas rescatadas.
A Vila se debe la invención de una red para recoger cuerpos sin vida. A él se deben frases de “¡Vamos chaval, no te arrugues, saca pecho, que no sepan que tienes miedo!” A él se debe la buena imagen de Salvamento Marítimo en Galicia. A él se deben esos grupos de gente que por casualidades de la vida se han ido cruzando en su camino, a él se deben tantas cosas…
Pero Vila no quiere que nadie le dé una palmadita. “No, tú ya sabes lo que has hecho, nadie mejor que tú mismo para saberlo. Yo duermo tranquilo por las noches. Muy tranquilo”. Una pequeña mentira porque desde su casa vigila todavía la Salvamar, por si tiene que salir… ¡Quién sabe!
Próxima semana. ¿Un pequeño aperitivo? Si la vida te da limones, haz limonada. Literalmente. O naranjada. O zumos de kiwi si es el caso. Y decimos literalmente porque JOSÉ RIBES, Pepe desde ahora, bien podía dedicarse a ello. Sus padres tenían un negocio de venta de frutas al por mayor a restaurantes, establecimientos… Pero a Pepe más que la huerta le tiraba la mar. Y le tira. Hoy es mecánico en la Salvamar HAMAL. ¿Y te lo vas a perder?