Revista Informar
MANUAL DEL BUEN CONTROLADOR, POR JOSÉ ÁNGEL PRENDES
Las Caras Del Mar
29 DE JULIO DE 2024

Después de toda una vida en Salvamento Marítimo, José Ángel Prendes se jubila dando luz a los guardianes en la sombra, los controladores marítimos. “Un trabajo muy valorado en el exterior”.
Maite Cabrerizo
“En una ocasión realicé un curso en el Instituto Hidrográfico de la Marina (Armada española). El comandante preguntó quién era la persona de Salvamento Marítimo. Le dije que yo, que me ponía a sus órdenes. Su respuesta fue: “Primero vamos a tratarnos de tú”.
José Ángel Prendes, controlador de Salvamento Marítimo, relata la anécdota para poner en valor una profesión que le ha acompañado durante los últimos 25 años. Un trabajo que considera un regalo. “Somos muy críticos con nosotros, pero la imagen que tenemos en el exterior es muy buena”, asegura. “No somos conscientes de ello, pero tenemos muchos conocimientos. Un controlador tiene que saber de navegación, de comunicaciones, nociones jurídicas, territoriales de dónde podemos actuar, organismos implicados con competencias concurrentes, zonas solapadas…”
Foto: Miguel Lorenzo
Y así, de repente, este reportaje se convierte en el Manual del buen controlador. El que todo aspirante a este puesto debería conocer para saber cuál es el oficio y qué ADN especial se necesita. Le dejamos que hable, que ponga luz a los guardianes en la sombra, los que están detrás de cada emergencia, de cada vida salvada. “Cuando eres controlador de tráfico tienes mucho poder en tus manos. Tienes muchas responsabilidades. Hay muy pocas personas que pueden levantar un teléfono y poner a volar un helicóptero o movilizar una salvamar para localizar un barco a la deriva con personas a las 5 de la mañana”.
“Somos muy críticos con nosotros, pero la imagen que tenemos en el exterior es muy buena”
La responsabilidad es una carga que los acompaña siempre y, en su opinión, un trabajo muy multidisciplinar, en el que no puede haber despistes. “Hay que estar pendientes del tráfico y de las emergencias. Las que sean, desde un tronco a un remolque de velero sin gasolina. El tiempo siempre juega en tu contra y en muchas ocasiones las informaciones son ambiguas. Pero de nuestro trabajo dependen vidas. Hay que tranquilizarles, decirles que estamos trabajando para localizarles…”.
En ocasiones, las emergencias se multiplican y hay que atender a todas, como aquella ocasión en Palma con 14 incidencias en una noche. José Ángel libraba, pero vio que la meteo para ese día era complicada y se pasó por el centro de control. Ya no salió hasta el día siguiente. Para Prendes, más que controladores marítimos son coordinadores de operaciones de rescate y siempre muy de cerca con las tripulaciones. Conocerlos y saber las capacidades del barco que van a dirigir es muy importante. Así, recuerda su primera llegada a Palma, con Miguel Chicón como jefe del CCS. “Nada más llegar allí quería que hiciésemos ejercicios con las embarcaciones y saber cuáles son las limitaciones. ¡Qué razón tenía!”
Así es como José Ángel Prendes define una profesión que ama. “Si naciera de nuevo, volvería a hacer lo mismo”. La misma frase que dijo su padre, marino de profesión, como el tío, como el abuelo. Asturiano, de Oviedo y de San Esteban, de donde veía salir y llegar los barcos. En uno de ellos llegaba siempre su padre, Ángel, maquinista. O su abuelo, patrón. O su tío, que la casualidad (estaba de baja laboral) hizo que se librara de un naufragio. Aún recuerda el barco de vapor en el que navegaba su padre. Largos meses fuera de casa que se convertían en fiesta cada vez que regresaba a puerto.
“Yo crecí aquí con mis abuelos, con unos primos míos que son como mis hermanos”. A esos 25 años en el vapor le siguió su trabajo en un bulk carrier como Primer Oficial de Máquinas de la Compañía Gijonesa de Navegación, donde José Ángel comenzó como alumno. “Mi padre y mi tío fueron unos enamorados del mar. Siempre me decían que hubiesen vuelto a ser marinos otra vez”.
La historia se repite. José Ángel no cambiaría ni una coma en su biografía. Como aquellos viajes que hacía con su padre. La compañía contemplaba los viajes como familiar acompañante. Y con 16 añitos, recién acabado el Bachillerato, José Ángel embarcó con su padre a Polonia. Supo ya entonces que aquello era lo suyo, que su vida era la mar. “Tengo unos recuerdos preciosos de aquel viaje. Se cruzaba el canal de Kiel en el Mar Báltico. Yo estaba fascinado. Ahí ya apuntaba que iba a ser marino”.
De familia de marinos, con 16 añitos embarcó con su padre como familiar acompañante. “Ahí ya apuntaba que iba a ser marino”.
José Ángel recuerda esas singladuras con cariño junto a su padre, aunque eso es un decir. “A mí no me interesaban los tubos ni esos hierros. A mí me interesaba el Puente. Descubrí mi vocación. Quería ser capitán”. Es lo que quería y lo que consiguió tras los estudios de Náutica: llegar a capitán.
Esos viajes con su padre han quedado grabados en la memoria de aquel joven que leía aventuras de Julio Verne. O aquellas noches en que su madre le leía la última noche del Titanic. Para él, aquellas noches eran las primeras de muchas singladuras por venir.
En el mercante, la tripulación de Puente le cuidaba como si fuera su bebé. Hacía guardia con ellos, le enseñaban todo. Su gratitud es inmensa, porque José Ángel si algo es, es agradecido con quienes le han enseñado a amar esta profesión.
Después de hacer Náutica en la escuela de Gijón comenzó a navegar en la misma empresa de su padre. Éste cubría una ruta entre Estados Unidos a Lisboa, pero su jefe pensó que, para que la madre no estuviera sola, el chaval se quedara cerca. “Pero yo quería ver mundo, así que estuve meses y me marché a otro barco de carga durante un año entero”. Y ahí sí, ahí su sueño se cumplió.
El mercante salía de España hacia el Cono Sur, Brasil, Uruguay y Argentina. Cumplió los 21 años en Buenos Aires, una ciudad que nunca olvidará. Allí coincidió con el viaje inaugural y fastos del luego malogrado buque Castillo de Salas. En 1986 el buque y las más de 99.000 toneladas de carbón que cargaba para la siderúrgica nsidesa naufragaron en el Cantábrico. Por suerte, José Ángel es como ese talismán que da seguridad. Salvo pequeños temporales, todo en él es un regalo. A los 27 años ya tenía el título de capitán.
Sus sueños de ver mundo se cumplían y su mundo se amplió a Europa, Dakar, Camerún, Costa de Marfil, EEUU, Golfo de México.
Y uno imagina a José Ángel observando el mundo que desde San Esteban se veía lejano. Estaba allí. Navegó durante 13 años hasta que pidió una excedencia para cumplir otro de sus sueños: dedicarse a la docencia. Durante un tiempo dio clases en el Náutico Pesquero, en la escuela de formación en cofradías de pescadores. “Era muy gratificante porque dabas cursos de patrón local, de pesca o de supervivencia a marinos que venían de la pesca y con mucho esfuerzo estudiaban de noche”.
Estuvo más de tres años. Decidió embarcar de nuevo y al actualizar sus títulos conoció el Centro de Formación de Jovellanos.
Fue su profesor Pepe Díaz el que le animó para presentarse a las plazas de controladores que ofertaba Salvamento Marítimo. Y ya no salió.
José Ángel ha dejado su huella en los Centros de Coordinación de Palma de Mallorca, Tenerife, Las Palmas, Almería, Barcelona, Gijón, Santander y Vigo
Palma de Mallorca, Tenerife, Las Palmas, Almería, Barcelona, Almería de nuevo, Gijón, Santander y Vigo. Y siempre dejando la puerta abierta y mucha gente a la que agradecer su trabajo. 25 años llenos de anécdotas, de recuerdos, de momentos que son su pasado y su presente. No es fácil decir adiós.
Pasó de estar navegando en la mar a estar con los ojos siempre puestos en la mar desde su atalaya, el centro de coordinación. “Yo el trabajo me lo tomo muy en serio. Mucho. Por eso me ha gustado tanto”, subraya. Ahora, aunque de otra manera, volverá a navegar. El gusano de agua salada está ahí, animándole a coger un barquito y, a terminar Derecho, de la que sólo le quedan 7 asignaturas.
Como el trabajo, los estudios también se los toma muy en serio y nadie duda de que pronto a su currículum añadirá la carrera de Derecho. Por tantos años, de todas tu familia de Salvamento Marítimo, ¡gracias!