Revista Informar
ABANDONOS, PIRATAS Y OTRAS AVENTURAS DE LA SEGUNDO OFICIAL DEL SAR GAVIA
Las Caras Del Mar
21 DE NOVIEMBRE DE 2024

Patricia Viqueira: “Si no existiera Salvamento Marítimo, sería muy complicado para toda la gente que navega en la mar”
Maite Cabrerizo/ Lucía Pérez
“Coraje”. Coraje para sobrevivir nueve meses ‘encerrada’ en el Celanova, un buque fondeado cerca de Manila. Sin agua potable, sin apenas víveres, sin luz, sin ventilación para sobrellevar el calor asfixiante de una bahía que hoy es un triste recuerdo. “Coraje” para convivir rodeados de basura, sin medicamentos en plena crisis del COVID-19 con una tripulación de 15 personas. Ella era la única mujer. “Coraje” le decía el abuelo a Patricia cada vez que lograba comunicarse con ella.
“Coraje” cuando fueron abordados por piratas; “coraje” cuando le llamaron de Salvamento Marítimo para formar parte de este ADN naranja. “Coraje” repite su abuelo un carpintero emigrado a Francia. Coraje o courage en francés, de valentía, de ánimo, de “¡vamos, tú puedes!”.
Y Patricia Viqueira, la segundo oficial del buque SAR Gavia, puede. Desde los siete años que se quedó sin madre y pasó a vivir con sus abuelos, puede con todo lo que la vida le ha puesto por delante. Coraje. Ella aboga siempre por un perfil bajo; el de la tripulante honesta, trabajadora, amiga y, sobre todo, profesional. Sólo tiene 32 años y si le preguntaran por algo imprescindible que siempre lleva en su maleta diría ‘coraje’.
Cerca de los abuelos
Patricia Viqueira es de Carballo, aunque desde hace dos años vive en Tarragona, con su pareja, también marino. Quien piense que el oficio le viene de herencia o por su pasión por la mar se equivoca. Ni una ni la otra. Patricia estudió Ingeniería Náutica y Transporte Marítimo porque la Universidad estaba en A Coruña. “Tenía muchas dudas y no sabía a qué dedicarme, pero buscaba una carrera que pudiera estudiar cerca de mis abuelos”. De nuevo sus abuelos, Jesús y Manuela. Hoy Jesús tiene 95 años. Por suerte, le gustó la carrera, aunque en un futuro supusiera navegar y alejarse de los suyos. “Pero mis abuelos siempre me animaron. Conté con su apoyo”. Y el de su hermano, dos años mayor.
Con el título en la mano, sin más aval que sus notas, comenzó sus prácticas en la gasera Knutsen, el sueño imposible de cualquier alumno. Pero para Patricia no existen los imposibles. Tenaz, perseverante, firme y trabajadora, logró embarcar en el gasero. Y también como alumna de prácticas en Salvamento Marítimo, en los buques Alonso de Chaves y el María de Maeztu. “Un profesor de Seguridad Marítima me animó a hacer las prácticas y a que siguiera navegando hasta sacar el título de capitán”. Cuando desembarcó, el ADN naranja ya era una realidad. “Me di cuenta de que me gusta mucho y pensaba que algún día yo llevaría este barco”, advierte la segundo oficial de Puente.
Patricia siguió buscando embarques, buscándose la vida como siempre había hecho. Quedarse tan pronto sin madre la obligó a madurar, a hacerse mayor antes de tiempo. Enseguida encontró hueco en una gasera. De tercer oficial, de segundo y de primer oficial en muy poco tiempo. “Mis abuelos no entendían bien mi trabajo, pero era feliz y con eso a ellos les bastaba”, dice emocionada. Cuando llegaba a tierra, grababa el reencuentro con su móvil. Abrazos, besos y la larga charla en la que Patricia detallaba todas sus aventuras. De su abuelo sólo salía la palabra coraje. Pese a la edad, la segundo oficial tiene bien entrenado a abuelo. Sabe hacer videollamadas y enviar WhatsApp, lo que les hace sentirse más cerca. “No sé si es telepatía o la conexión que tenemos, pero cuando me encuentro mal, ahí tengo su llamada”, dice cariñosa. “Estamos siempre muy conectados”.
Piratas y otras aventuras
Sus viajes no habían hecho nada más que empezar. Embarcada en una gasera, vivió una tentativa pirata. Fue a su paso por Yibuti, un pequeño país situado en el Cuerno de África por donde pasa todo el tráfico que se dirige o viene del canal de Suez y donde siempre ha planeado la amenaza de la piratería somalí.? A partir de 2011 se empezó a permitir y generalizar la contratación por parte de las navieras de empresas de seguridad privada para proteger sus barcos en la zona de riesgo. “Fue lo que nos salvó”, recuerda Patricia. Al ver a los vigilantes armados, los piratas huyeron. Eran varias embarcaciones rodeando al buque. Patricia no tuvo miedo. “En ese momento no piensas en nada”, dice la joven que no conoce la palabra miedo.
El segundo susto vino con la misma compañía en un viaje a Shanghái. Era 7 de diciembre y época de tifones. Perdieron la pala del timón. “Vinieron a buscarnos dos remolcadores y nos llevaron hasta el fondeadero de Manila, pero como estábamos cargados con butadieno no podíamos hacer nada. Teníamos que esperar a que retiraran el combustible, pero se demoraba muchísimo y empezaba a ser un peligro para nosotros, porque podía reventar todo”, explica lo que fue rememorando una pesadilla que duró nueve meses con sus días inacabables y esas noches donde el calor no dejaba dormir. El combustible no era el único problema. Una vez libre de carga, el armador se negaba a reparar el barco y a pagar los salarios. La basura se iba acumulando. Las reservas de comida escaseaban y peligraba la salud de una tripulación cada vez más divida. A Patricia, primer oficial, se le ocurrió contactar con otros barcos fondeados en la zona por la pandemia. La solidaridad en la mar es una realidad y, de esta manera, empezó a llegar comida y tuvieron la posibilidad de cargar su móvil. Y de hablar con el abuelo. “Mi abuelo me decía que dejara el barco, que volviera ya, pero nos debían muchos meses de salario y yo no quería perderlos”, dice Patricia. No es obstinación, es justicia.
Pero fondeado sin pala de timón, había peligro de que el buque se fuera contra las rocas. Gracias al trabajo de la Administración española, al consulado y a la Federación Internacional de los Trabajadores del Transporte (ITF), nueve meses más tarde pudieron desembarcar, volver a casa. Y sí, allí estaba, el abuelo.
Salvamento Marítimo
La mala suerte no podía durar. Su siguiente embarque fue en una compañía italiana con bandera de Madeira que hacía la ruta entre Canarias y Portugal. Al poco tiempo recibió la llamada de Salvamento Marítimo. Y dijo sí. Primero fueron dos años en Barcelona, el Punta Mayor con el capitán Manuel Fernández, de quien lo aprendió todo. Su mes de descanso lo pasaba entre Tarragona, con su pareja, y en A Coruña, con el abuelo. Dos años después su nuevo destino fue el buque SAR Gavia, con base en A Coruña. “Mejor imposible. Al lado de mi abuelo”. Lo primero que hizo fue llevarle al puerto, para que viera su casa. Porque así lo siente: un hogar donde realiza un trabajo del que se siente muy orgullosa. “Me parece muy importante saber que hay alguien que estaba ahí para cuidarte en la mar. Si no existiera Salvamento Marítimo, sería muy complicado para la gente que navega”.
A su lado, en el Puente, el capitán, Pablo Jiménez, y el primer oficial, Manuel del Pan, para los que sólo tiene buenas palabras, se han convertido en sus mejores maestros. Y al otro lado del móvil, siempre la voz del abuelo Jesús: “Coraje”
Primero fueron Jesús y Manuela. Luego Jesús. Lo dice el saber popular: “Los abuelos te ven crecer, sabiendo que te dejarán antes que los demás. Tal vez sea por eso que te aman más que cualquier otra persona en el mundo”.
La vida de Patricia no se entendería sin aquellos que la ayudaron a ser la persona que es hoy. Sus fortalezas y sus debilidades, de las que siempre sale con coraje. También dice el saber popular que “Ningún vaquero fue más rápido que un abuelo sacando una foto de su nieto de la cartera”. El abuelo Jesús las tiene todas, este artículo incluido.